¿Hacia dónde vamos? ¿Qué hacer? Gerónimo Paz

Tomado de la página de la Corriente Revolucionaria Bolívar y Zamora: http://www.crbz.org/hacia-donde-vamos-que-hacer/
Son las interrogantes que más nos planteamos en estos tiempos de crisis, de incertidumbres, de angustia frente al destino propio y del país. Para quienes nos ocupa el compromiso por hacer más justa la humanidad y somos parte del torrente histórico bolivariano, el cuadro actual del país nos debe convocar a un esfuerzo serio de debate y reflexión para buscar respuestas desde una perspectiva transformadora que apunten a encontrar un horizonte real y posible de superación a la crisis.
Para ello es necesario armarnos de una gran perspicacia a la hora del diagnóstico de la situación. No con actitud inquisidora pero tampoco con posturas evasivas y negacionistas de la realidad. Sólo la verdad nos hará libres, podríamos decir parafraseando la biblia. Se puede ser crítico y leal a la vez. Es más, éticamente, para ser leal se debe antes ser crítico. Igualmente, se puede ser patriota e irreverente; no existe, como dicen los avezados en el marxismo, una contradicción antagonista en esto.
Es cierto que hemos llegado hasta aquí, hasta la crisis más profunda y devastadora de las condiciones de vida de las mayorías que hemos tenido en toda nuestra historia republicana, como consecuencia de múltiples factores. La agresión extranjera es una, el sistemático y continuo plan de saboteo, de sedición, de conspiraciones permanentes, sin duda afectó y afecta en gran medida los planes y políticas del gobierno y del Estado venezolano. Todo sabemos que desde el mismo momento en que este proceso se declara nacionalista, popular y democrático desde una lógica que no corresponde a la liberal, se inició el ataque por parte del poder económico y político norteamericano. No solo no ha cesado si no que ha venido escalando hasta configurar una real y verdadera guerra no convencional que busca minar las capacidades económicas, políticas, defensivas, psicológicas, simbólicas del país y del Estado para subordinarlo a los intereses del poder financiero y energético norteamericano.
También es igualmente cierto que el agotamiento del modelo monoproductor extractivista petrolero suma un factor clave que influye de manera importante en el componente económico de la crisis. Una economía sujeta a los cambios de ciclos económicos que dominan la demanda en el mercado, mucho más en un momento en el cual el capitalismo se mueve de forma muy inestable producto de sus propias contradicciones, es inevitable que se vea afectada de acuerdo a las alzas o bajas en los precios de su principal fuente de ingresos. El modelo rentístico no solo configuró un modelo económico sino también un modelo de Estado, una forma de hacer política, el clientelismo, una élite económica sin visión de desarrollo productivo nacional y también una cultura social muy marcada por el paternalismo. El no haber logrado concentrar las energías capaces de cambiar radicalmente esto ha sido quizás el mayor fracaso de la revolución bolivariana. Y vaya si se planteó, si se propuso como objetivos estratégicos, si ha estado en el discurso, en los programas, en el plan de la patria. ¿Entonces que pasó? Es una pregunta clave.  ¿Por qué no avanzamos de forma significativa en la superación del modelo económico rentístico y con ello de todo su lastre, su escoria política, social, cultural?
Esto nos lleva inevitablemente a la necesidad de un balance profundo, integral de estos veinte años de revolución. La construcción de una salida trasformadora a la crisis no podrá ser posible sin este ejercicio. La crisis de la revolución bolivariana, sus límites, sus aciertos y desaciertos, sus contradicciones internas, se debe colocar en el marco del debate como un factor o variable clave del complejo y duro momento que vive el país. Reconocer que la revolución vive una crisis orgánica, una crisis de sus impulsos trasformadores, no es el problema, sino cuáles son sus causas, qué provocó esta crisis revolucionaria, no desde el viejo concepto marxista, sino desde la perspectiva de un proyecto de país que perdió capacidad para sostenerse como una alternativa para la mayoría nacional. No porque no lo sea teóricamente o programáticamente, o más aún estratégicamente, sino porque no lo parece en la realidad, porque por errores o por la eficiencia de la campaña de guerra psicológica y comunicacional el enemigo nos ganó la batalla de la percepción.
Desconocer en la apreciación de la situación la grave crisis simbólica y de sus significantes de la propuesta socialista en el sentido común nacional sería no tener los pies en la tierra.  Atravesamos una profunda crisis hegemónica como expresión a su vez de una crisis ética, una crisis de liderazgo, una crisis de credibilidad, una crisis de la verdad, una crisis de la política como actividad en función del bien común.  La crisis hegemónica, de significantes de la revolución bolivariana, es el más complejo desafío que tenemos por delante de cara a sostener el horizonte trasformador, democratizador y soberanista de este proyecto. La batalla contra el intervencionismo norteamericano, contra el criminal bloqueo comercial y financiero, contra la amenaza de guerra, deben conseguirnos unidos y sin titubeos, pero también es necesario que se avance en la dirección anunciada para la superación de la crisis interna del proyecto chavista. ¿Dónde quedó el diálogo para el cambio y la rectificación? ¿Qué pasó con el cambio de gabinete? ¿A dónde van y cuáles son los resultados de miles y miles de millones que se anuncian para la actividad productiva, para el reimpulso de las comunas?
El país se encuentra en un limbo, en una zona de no viabilidad como país ni desde la perspectiva capitalista ni desde el horizonte socialista. Mientras, el drama social de las mayorías se hace insostenible. Es urgente construir una salida trasformadora a la crisis, una salida realista pero que no signifique renunciar a nuestros objetivos históricos sino poner dichos objetivos en un horizonte real, posible desde el realismo revolucionario y que sea el resultado de un amplio debate con todo el país. ¿Qué es posible y qué no? ¿Qué tareas y objetivos debemos profundizar y cuáles debemos postergar o redefinir? ¿Cómo encaramos los grandes problemas del país, la corrupción entre los más graves, por ejemplo?
¿Qué hacer entonces? ¿Cómo avanzar en una salida trasformadora a la crisis? ¿Cómo devolvemos a la revolución bolivariana sus auras de cambio, de esperanzas? ¿Cómo conquistamos de nuevo la mayoría nacional? Lo primero, desde nuestro modesto punto de vista, es devolver a la política sus contenidos altruistas, éticos, humanistas. Para ello debemos avanzar hacia una Ética Política Radical como fundamento de la acción pública, una concepción y una praxis de hacer política que rescate la confianza de la gente en quienes gobiernan, en quienes la practican. Esto requerirá de un nuevo liderazgo, el Liderazgo Ético y Trasformador, líderes y lideradas que sean instrumentos del colectivo, enfocados (as) en generar y conducir dinámicas que van cimentado procesos de cambios reales en todos los órdenes de la vida social, cuya razón de ser sea el empoderamiento de la gente, la democratización radical de la sociedad.
Después está dotarnos de un programa o propuesta que convoque a la mayoría nacional y no solo a el chavismo. El tema económico debe ser el punto de partida de una propuesta amplia, no podemos encasillar el modelo económico en un marco cerrado ortodoxo y dogmático. Un modelo económico productivo mixto humanista pareciera ser lo realistamente revolucionario. Una economía donde el Estado, el sector privado y la propiedad social armonicen para generar las riquezas que requerimos como sociedad. Para ello se debe tener el marco jurídico que garantice y dé seguridad a cada sector. En el sector privado deberíamos apoyar a la pequeña y mediana empresa como motor de la economía. En el sector social la Comuna tiene gran potencial como vía para avanzar en la democratización de la economía. Sin embargo, no podemos descartar las diversas formas existentes de producción colectiva como las cooperativas, las asociaciones de productores, las redes de productores libres y asociados.
La democratización radical del poder político debe ser un eje estratégico a profundizar en el marco de una ofensiva para la superación de la crisis. Retomar y radicalizar la democracia revolucionaria no significa imponer formas planas de participación y empoderamiento. La democracia revolucionaria debe tener como premisa la más amplia participación, el empoderamiento de la sociedad en las más diversas formas que permitan el surgimiento de nuevas relaciones de poder en su seno. ¿Comuna? Sí, todas las que sea posible, todas las que sean asumidas de forma voluntaria, que sean el resultado de la voluntad de la gente en su territorio, pero ¿qué pasa con aquellos sectores sociales que no asuman la comuna? Por eso la democracia revolucionaria deber ser plural, diversa, creativa en proponer, debatir y consensuar los mecanismos de participación y de ejercicio de esa democracia.
Para la superación de esta profunda crisis no hay atajo, no hay respuestas ni salidas inmediatas. Se debe comenzar por construir un gran concenso nacional, democrático, cuyo propósito central sea preservar la paz, recuperar la estabilidad económica, garantizar la soberanía y la independencia. Para ello las fuerzas trasformadoras debemos armarnos de una visión estratégica que nos permita transitar un período altamente desafiante y complejo que, sin una clara y realista visión, no podremos encarar con éxito. Mucho realismo revolucionario, mucha amplitud y sentido de la realidad se requiere.

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