Son las interrogantes que más nos planteamos en estos tiempos de
crisis, de incertidumbres, de angustia frente al destino propio y del
país. Para quienes nos ocupa el compromiso por hacer más justa la
humanidad y somos parte del torrente histórico bolivariano, el cuadro
actual del país nos debe convocar a un esfuerzo serio de debate y
reflexión para buscar respuestas desde una perspectiva transformadora
que apunten a encontrar un horizonte real y posible de superación a la
crisis.
Para ello es necesario armarnos de una gran perspicacia a la hora del
diagnóstico de la situación. No con actitud inquisidora pero tampoco
con posturas evasivas y negacionistas de la realidad. Sólo la verdad nos
hará libres, podríamos decir parafraseando la biblia. Se puede ser
crítico y leal a la vez. Es más, éticamente, para ser leal se debe antes
ser crítico. Igualmente, se puede ser patriota e irreverente; no
existe, como dicen los avezados en el marxismo, una contradicción
antagonista en esto.
Es cierto que hemos llegado hasta aquí, hasta la crisis más profunda y
devastadora de las condiciones de vida de las mayorías que hemos tenido
en toda nuestra historia republicana, como consecuencia de múltiples
factores. La agresión extranjera es una, el sistemático y continuo plan
de saboteo, de sedición, de conspiraciones permanentes, sin duda afectó y
afecta en gran medida los planes y políticas del gobierno y del Estado
venezolano. Todo sabemos que desde el mismo momento en que este proceso
se declara nacionalista, popular y democrático desde una lógica que no
corresponde a la liberal, se inició el ataque por parte del poder
económico y político norteamericano. No solo no ha cesado si no que ha
venido escalando hasta configurar una real y verdadera guerra no
convencional que busca minar las capacidades económicas, políticas,
defensivas, psicológicas, simbólicas del país y del Estado para
subordinarlo a los intereses del poder financiero y energético
norteamericano.
También es igualmente cierto que el agotamiento del modelo
monoproductor extractivista petrolero suma un factor clave que influye
de manera importante en el componente económico de la crisis. Una
economía sujeta a los cambios de ciclos económicos que dominan la
demanda en el mercado, mucho más en un momento en el cual el capitalismo
se mueve de forma muy inestable producto de sus propias
contradicciones, es inevitable que se vea afectada de acuerdo a las
alzas o bajas en los precios de su principal fuente de ingresos. El
modelo rentístico no solo configuró un modelo económico sino también un
modelo de Estado, una forma de hacer política, el clientelismo, una
élite económica sin visión de desarrollo productivo nacional y también
una cultura social muy marcada por el paternalismo. El no haber logrado
concentrar las energías capaces de cambiar radicalmente esto ha sido
quizás el mayor fracaso de la revolución bolivariana. Y vaya si se
planteó, si se propuso como objetivos estratégicos, si ha estado en el
discurso, en los programas, en el plan de la patria. ¿Entonces que pasó?
Es una pregunta clave. ¿Por qué no avanzamos de forma significativa en
la superación del modelo económico rentístico y con ello de todo su
lastre, su escoria política, social, cultural?
Esto nos lleva inevitablemente a la necesidad de un balance profundo,
integral de estos veinte años de revolución. La construcción de una
salida trasformadora a la crisis no podrá ser posible sin este
ejercicio. La crisis de la revolución bolivariana, sus límites, sus
aciertos y desaciertos, sus contradicciones internas, se debe colocar en
el marco del debate como un factor o variable clave del complejo y duro
momento que vive el país. Reconocer que la revolución vive una crisis
orgánica, una crisis de sus impulsos trasformadores, no es el problema,
sino cuáles son sus causas, qué provocó esta crisis revolucionaria, no
desde el viejo concepto marxista, sino desde la perspectiva de un
proyecto de país que perdió capacidad para sostenerse como una
alternativa para la mayoría nacional. No porque no lo sea teóricamente o
programáticamente, o más aún estratégicamente, sino porque no lo parece
en la realidad, porque por errores o por la eficiencia de la campaña de
guerra psicológica y comunicacional el enemigo nos ganó la batalla de
la percepción.
Desconocer en la apreciación de la situación la grave crisis
simbólica y de sus significantes de la propuesta socialista en el
sentido común nacional sería no tener los pies en la tierra.
Atravesamos una profunda crisis hegemónica como expresión a su vez de
una crisis ética, una crisis de liderazgo, una crisis de credibilidad,
una crisis de la verdad, una crisis de la política como actividad en
función del bien común. La crisis hegemónica, de significantes de la
revolución bolivariana, es el más complejo desafío que tenemos por
delante de cara a sostener el horizonte trasformador, democratizador y
soberanista de este proyecto. La batalla contra el intervencionismo
norteamericano, contra el criminal bloqueo comercial y financiero,
contra la amenaza de guerra, deben conseguirnos unidos y sin titubeos,
pero también es necesario que se avance en la dirección anunciada para
la superación de la crisis interna del proyecto chavista. ¿Dónde quedó
el diálogo para el cambio y la rectificación? ¿Qué pasó con el cambio de
gabinete? ¿A dónde van y cuáles son los resultados de miles y miles de
millones que se anuncian para la actividad productiva, para el reimpulso
de las comunas?
El país se encuentra en un limbo, en una zona de no viabilidad como
país ni desde la perspectiva capitalista ni desde el horizonte
socialista. Mientras, el drama social de las mayorías se hace
insostenible. Es urgente construir una salida trasformadora a la crisis,
una salida realista pero que no signifique renunciar a nuestros
objetivos históricos sino poner dichos objetivos en un horizonte real,
posible desde el realismo revolucionario y que sea el resultado de un
amplio debate con todo el país. ¿Qué es posible y qué no? ¿Qué tareas y
objetivos debemos profundizar y cuáles debemos postergar o redefinir?
¿Cómo encaramos los grandes problemas del país, la corrupción entre los
más graves, por ejemplo?
¿Qué hacer entonces? ¿Cómo avanzar en una salida trasformadora a la
crisis? ¿Cómo devolvemos a la revolución bolivariana sus auras de
cambio, de esperanzas? ¿Cómo conquistamos de nuevo la mayoría nacional?
Lo primero, desde nuestro modesto punto de vista, es devolver a la
política sus contenidos altruistas, éticos, humanistas. Para ello
debemos avanzar hacia una Ética Política Radical como
fundamento de la acción pública, una concepción y una praxis de hacer
política que rescate la confianza de la gente en quienes gobiernan, en
quienes la practican. Esto requerirá de un nuevo liderazgo, el Liderazgo Ético y Trasformador,
líderes y lideradas que sean instrumentos del colectivo, enfocados (as)
en generar y conducir dinámicas que van cimentado procesos de cambios
reales en todos los órdenes de la vida social, cuya razón de ser sea el
empoderamiento de la gente, la democratización radical de la sociedad.
Después está dotarnos de un programa o propuesta que convoque a la
mayoría nacional y no solo a el chavismo. El tema económico debe ser el
punto de partida de una propuesta amplia, no podemos encasillar el
modelo económico en un marco cerrado ortodoxo y dogmático. Un modelo
económico productivo mixto humanista pareciera ser lo realistamente
revolucionario. Una economía donde el Estado, el sector privado y la
propiedad social armonicen para generar las riquezas que requerimos como
sociedad. Para ello se debe tener el marco jurídico que garantice y dé
seguridad a cada sector. En el sector privado deberíamos apoyar a la
pequeña y mediana empresa como motor de la economía. En el sector social
la Comuna tiene gran potencial como vía para avanzar en la
democratización de la economía. Sin embargo, no podemos descartar las
diversas formas existentes de producción colectiva como las
cooperativas, las asociaciones de productores, las redes de productores
libres y asociados.
La democratización radical del poder político debe
ser un eje estratégico a profundizar en el marco de una ofensiva para la
superación de la crisis. Retomar y radicalizar la democracia
revolucionaria no significa imponer formas planas de participación y
empoderamiento. La democracia revolucionaria debe tener como premisa la
más amplia participación, el empoderamiento de la sociedad en las más
diversas formas que permitan el surgimiento de nuevas relaciones de
poder en su seno. ¿Comuna? Sí, todas las que sea posible, todas las que
sean asumidas de forma voluntaria, que sean el resultado de la voluntad
de la gente en su territorio, pero ¿qué pasa con aquellos sectores
sociales que no asuman la comuna? Por eso la democracia revolucionaria
deber ser plural, diversa, creativa en proponer, debatir y consensuar
los mecanismos de participación y de ejercicio de esa democracia.
Para la superación de esta profunda crisis no hay atajo, no hay
respuestas ni salidas inmediatas. Se debe comenzar por construir un gran
concenso nacional, democrático, cuyo propósito central sea preservar la
paz, recuperar la estabilidad económica, garantizar la soberanía y la
independencia. Para ello las fuerzas trasformadoras debemos armarnos de
una visión estratégica que nos permita transitar un período altamente
desafiante y complejo que, sin una clara y realista visión, no podremos
encarar con éxito. Mucho realismo revolucionario, mucha amplitud y
sentido de la realidad se requiere.
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