Oscar Sotillo Meneses. Artista plástico. Presidente de IARTES. Fue viceministero del Ministerio del Poder Popular para la Cultura.
Es
común ver en las ciudades de América Latina la venta abundante de estampitas en
los alrededores de las iglesias y otros espacios urbanos dedicados a las
prácticas propias de la fe católica. Conocemos el sofisticado sistema visual de
esta religión. Larga historia unida a una lógica litúrgica que tiene como
centro la imagen de su deidad principal, sus profetas, vírgenes, santos y una
larga acumulación escalonada de figuras históricas, celestiales y todos sus
híbridos. La estampita es un objeto impreso de pequeño formato que contiene un
motivo devocional. El término “estampita”, quizá un localismo, tiene una
connotación circunscrita a las liturgias espirituales. El verbo estampar se
originó en el hecho de machacar, aplastar, es la descripción de una acción
física. El vocablo describe a grandes rasgos el proceso de impresión. La tinta
o la materia pigmentaria es presionada literalmente contra una superficie para
dejar su huella. Por antonomasia se ha llamado estampa a la imagen, cuando el
origen del término remite directamente al hecho mecánico, a la descripción del
proceso por el cual una materia es transferida a otra. Subyace en esta
concepción lingüística una velada apología a la técnica, a la ciencia del proceso
de reproducción y sus procedimientos.
Otra
de las naturalezas de la estampa es su reproductibilidad. El hecho mecánico de
la transferencia de materias permite la posibilidad de reproducción. El
diminutivo nos ubica en la magnitud del formato. Pendón, pancarta, afiche,
postal, estampita, estampilla. Este inventario de términos (insisto, algunos de
ellos localismos) da una pista clara de dimensiones y utilidades. La estampita
es, como lo indica su nombre, una
estampa reducida, además de reproducida, portátil y litúrgica. La fabricación
seriada ha experimentado una larga cadena de procesos, materiales y técnicas a
través del tiempo. Sello de piedra, bloque de madera, matriz de metal repujado,
inyección de tinta, sistemas láser digital, sublimaciones, etc. Este arco
tecnológico contiene a grandes rasgos la de los sistemas de impresión. Hay una
constante: transferir materias de una superficie sólida a otra menos corpórea
por medio de contacto o presión. Esta multiplicación, más o menos numerosa y más
o menos rápida, hizo de la imagen algo manejable. No siempre fue así. Las
estelas mayas, las pinturas rupestres, los frisos adosados a la arquitectura,
los petroglifos, los frescos, además de trasmitir información a través de figuras
y códigos colectivos descifrables eran hitos geográficos o al menos
espacialmente ubicables. Estaban localizados es sitios que habían sido impactados
por su presencia. La imagen salió de la pared, se fue paulatinamente despegando
de sus soportes líticos y gigantescos para convertirse en portable. Esta
característica la transformó en un nuevo objeto multiplicado y utilizado por el
individuo en su necesidad mágica. Si restringimos la pista al contexto
religioso cristiano (catolicismo) la historia está cargada de la intención de
adoctrinamiento, de catequización. Previo a la aparición de la imprenta y los
mecanismos de reproductibilidad, eran las iglesias y espacios votivos donde
habitaban las imágenes. Estos espacios estaban llenos de mosaicos, vitrales, pinturas
sobre madera, frescos. La imprenta dio la posibilidad de que las
representaciones veneradas entraran en lo doméstico y luego, avanzando sobre el
ámbito de lo íntimo, llegaran directo al cuerpo. Nos referimos estrictamente a
la estampa impresa. El uso de adminículos rituales adosados al cuerpo es mucho
más antiguo.
Previo
a la mecanización de la reproducción, la historia está plena de documentaciones
del uso de figuras pintadas a mano en trozos de papel, madera y otros
materiales que eran parte del mobiliario domestico y a las cuales se les
atribuía propiedades curativas o protectoras. Operaba una relación mágica entre
el sujeto y la imagen. En el contexto religioso, esta operación cargada de
magia es una constante. Con la entrada de la imprenta aumenta de manera
exponencial la cantidad circulante de imágenes para fines votivos. Es claro el
paralelismo con la aparición del libro portátil, del vademécum (va conmigo). Ya
no era solo los monasterios, los claustros universitarios, ni los palacios, el
libro había salido a la calle, a los ámbitos domésticos y comunales a la misma
vez que las imágenes. La iglesia había encontrado un aliado clave en su afán
evangelizador.
Con
la aparición de la imagen impresa y el libro portátil se desarrolla la práctica
lectora y contemplativa en el ámbito individual. El sujeto se aísla del grupo y
establece prácticas íntimas, solitarias. Lo que antes fue social y colectivo se
torna privado. La tecnología de impresión y reproducción reasigna una
valoración al ámbito individual a la vez que dispersa y altera
significativamente el uso de los espacios dedicados a ciertas actividades
devocionales. Comienza un fraccionamiento del uso social de la ciudad y una
apología a lo individual. Las nuevas posibilidades tecnológicas transforman
profundamente el mapa urbano. Los espacios para las acciones públicas y
privadas se alteran. Las liturgias íntimas (religiosas) crean un sistema de
prácticas individualizadas. La magia que se establece entre la estampa y el
individuo cobra una significación que va a rebasar rápidamente los ámbitos
religiosos.
En
el proceso de evangelización de América, luego de la invasión europea, las
imágenes jugaron un papel fundamental. Se enfrentaba un universo lingüístico con
una realidad desconocida en la que la letra impresa, el alfabeto fonético, no
tenía efectividad. Las fuentes históricas dan constancia de una carta del
Arzobispo Pedro Moya de Contreras en 1575 donde es clara su estrategia. En la
misma, el religioso deja constancia por escrito de que habían reemplazado los
catecismos por estampas que tuvieron una gran aceptación entre los pueblos
originarios… “porque no sabiendo leer prefieren las imágenes al texto” Este
mecanismo no solamente se utilizó en los procesos de colonización, sino que
bien entrado el siglo XX seguía funcionando casi de la misma manera en vastos
sectores de la sociedad. Mucha de la fe cristiana y sus procesos de conversión
se dieron a través de figuras y no de letras. Pero esto no fue una práctica
innovadora en sí misma. Ya las catedrales, los frescos, los vitrales y las
decoraciones eran elementos diseñados y organizados para predicar el evangelio.
En lo arquitectónico, el diseño pretendía conceptualmente imitar, o concebir
según la interpretación, la forma misma del Paraíso, para hacer entender y
sentir, a través de la vista lo que esperaba al fiel en el más allá. El
infierno también fue diseñado y graficado para cumplir sus fines. La imagen era
un arma y una estrategia clave en la trasmisión de ideas y conceptos de una
doctrina que desde el texto se fue haciendo progresivamente visual hasta crear
una hegemonía gráfica en vastísimos territorios.
Le
tocó a los fundadores de la iglesia interpretar las escrituras que pasaron del
arameo antiguo y griego al latín y a las lenguas vulgares. En este mismo viaje
pasaba la doctrina del texto escrito a las imágenes. Diseñaron, para fines
catequizadores, nada más y nada menos que la imagen de lo divino, de lo invisible
que la biblia y otros libros sagrados describían. Facciones, gestos, atuendos,
adminículos, paisajes y contextos, posturas corporales, objetos, todo fue
diseñado bajo la intención clara de difundir las ideas y el sistema de
creencias cristiano católico. No hay en la biblia ninguna descripción física o
gráfica de Dios. Lo que sí existe es un conjunto de sus atributos. Los modelos
a seguir fueron las cosmogonías y los fenotipos de los pueblos a los que
pertenecían los primeros cristianos organizados. La idea de propagar la
doctrina entre pueblos ágrafos o escasamente alfabetizados generó de inmediato
una estrategia graficadora, creadora de imágenes, constructora de realidades
bidimensionales que avanzaron vertiginosamente a la categoría de sagradas. Los
hacedores de esas primeras figuras pasaron de ser artesanos a ser seres casi
divinos con el oficio de visibilizar a un dios que era invisible. Este proceso
de graficación de lo invisible, de lo sagrado, ha sido a lo largo del tiempo un
sofisticado proceder utilizado por los grupos humanos para autorepresentarse.
Cómo
puede ser la imagen de alguien o algo que es omnipresente, omnisciente y
omnipotente, que creó el universo, que es la bondad y amor absoluto, etc. Darle
visibilidad a esto es esta acaso la tarea humana más creativa de los procesos
sociales y culturales. La respuesta de los pueblos fue clara y sencilla: se
parece a nosotros. En todas las culturas humanas los dioses tienen los
atributos físicos y visuales de los grupos humanos que los adoran. Esta
construcción de identidad es un mecanismo de auto reconocimiento y auto construcción.
Wiracocha, Zeus, Yahvé, Ra, todos son reconocibles por su pertenencia a una
determinada cultura. Es identificable el origen étnico de los cultos más allá
de la difusión geográfica y las adaptaciones que sufrieron.
El
mecanismo de depositar fe en imágenes visuales no es exclusivo de lo religioso.
Dentro de las dinámicas sociales es frecuente la asignación de poderes y
elementos de fe, en objetos y figuras, que no tiene una explicación racional
aparente. Los procesos de curación shamánica están asociados a
representaciones, objetos, danzas, poemas y canciones. En la historia humana
han cambiado las tecnologías, los contextos y algunas jerarquizaciones, pero en
la actualidad estos mecanismos siguen funcionando de la misma manera. El ser
humano en sociedad necesita los rituales y la magia, las liturgias. La
política, la publicidad comercial y las jerarquizaciones culturales
contemporáneas tienen una carga evidente de este principio de la psiquis y espiritualidad
humana. La imagen (diferenciándolo de los elementos tipográficos) dando forma a
la sensorialidad y siendo depositaria de fe es lo más parecido a las relaciones
que se establecen en la publicidad política y comercial al igual que sobre el
plano social de las artes y el espectáculo.
Habría
que preguntarse si la expresión “Una imagen vale más que mil palabras” se
refiere a la palabra hablada o a la escrita. El hecho de la lectura, del
proceso de descifrar signos gráficos y transformarlos en sonidos y en
significados es un mecanismo cultural aprendido. Este es uno de los elementos centrales de los
procesos de educación formal en nuestras sociedades. El sujeto social está
obligado a aprender los códigos de la escritura. Una vasta extensión de las
relaciones comunicacionales hoy se basa en el desciframiento de códigos
visuales a los que por consenso hemos dado un significado. El analfabetismo es
considerado un flagelo social. Un problema grave que hay que atacar, combatir,
y reducir a lo más mínimo. Aunque no todas las estrategias de educación pública
funcionan de manera satisfactoria, al menos en teoría existe la intención política
de combatirlo. La palabra hablada, perteneciente al mundo de los sonidos, a la
oralidad, también es aprendida a través de complejísimos procesos de percepción
e imitación. Más antigua que la escrita, la palabra dicha fluye en el aire, es
inmaterial, altera las ondas sonoras hasta estrellarse en el tímpano y provocar
una respuesta. Pero la imagen, que vale más que mil palabras, entra por la el
ojo al igual que la escrita. Sobre la imagen se establece un mecanismo de
decodificación complejo, cargado de subjetividad e interpretación sujetas a las
experiencias personales del observador. La no simplificación de los códigos
complica el entramado a tal punto que con frecuencia no se puede establecer un
consenso y el análisis perceptual queda en el ámbito de lo meramente subjetivo.
Si escribimos PERRO con trazos negros regulares, pongamos como ejemplo
tipografía Helvética sobre una superficie blanca a 1.5 metros de altura sobre
el nivel del piso en máximo contraste, digamos de 60 centímetros de ancho, la
materia de la tipografía es indiferente al ojo si situamos al observador de pie
a una distancia de 2 metros de la palabra. Hay una iluminación limpia, de luz
blanca regular. Acompañemos la escena con silencio, una temperatura de 20 grados
C sin ningún aroma u olor intenso. Esta experiencia pone al sujeto delante de
una palabra que es a la vez imagen. Cada tipo es una forma muy sofisticada que
carga una historia de diseño, tecnología, procesos industriales, comerciales, batallas
legales y pasionales conflictos sensitivos. Pero el individuo no se percata de
la mayoría de estas cargas existentes dentro de la experiencia perceptiva. Se
enfrenta a un hecho lector de decodificación de un alfabeto fonético aprendido
y ensayado. Este código es colectivo y tiene un trazo largo en lo cronológico
histórico. El sujeto percibe la imagen como una palabra reconocible. Actúa aquí
la capacidad de abstracción del cerebro. A través del ojo, el cerebro recibe
una información y la procesa. La memoria recuerda el sonido asociado a cada
signo tipográfico. Pero debido a la práctica, la lectura se hace integral, el
reconocimiento de la forma es completo e instantáneo. Viene la memoria asociada
a los otros cuatro sentidos. La textura, el olfato, el afecto o el miedo
aparecen como complemento. Esta escena-experimento, simplificada al máximo,
contiene aún una gran cantidad de estímulos. Si en lugar de una palabra
colocamos cinco o diez, se dispara de manera exponencial la complejidad
perceptiva.
Variamos
la escena-experimento. Las mismas condiciones que atenúan los cuatro sentidos y
seguimos dando prioridad a la vista. En el lugar de PERRO colocamos la
reproducción en sistema Off Set cuatricromía de una fotografía analógica o
digital (los sistemas de reproducción pueden varias ampliamente) del animal
PERRO. El animal debe aparecer de manera integral y en un ángulo que permita la
identificación plena. De aquí en adelante los elementos se hacen casi
infinitos. El contexto del animal, es decir el fondo suma una infinidad de
componentes a la imagen. De igual manera la raza, la posición, la iluminación,
el gesto propiamente, etc. En la reproducción fotográfica de un PERRO
interviene una abundante subjetividad del fotógrafo. Hasta la simplificación más
extrema contiene una cantidad de variantes que hacen la lectura profundamente
compleja y la enraíza con los sentimientos del sujeto observador. Cada
observador tendrá una memoria diferente de lo que es un PERRO. De esta
observación puede derivarse un número ilimitado de combinaciones y por lo tanto
la respuesta del observador sería igualmente compleja e infinita. La figura
impresa, igual que la palabra (que también es una imagen) remitirá directamente
a un sonido, que dependiendo del idioma del observador será PERRO, ITSKUINTLI, DOG,
ERÜ HOUND, SABACA, CHIEN, ALLJU, etc.
A
esta escena-experimento extremadamente simplificada se le pueden agregar
variantes con el fin de aproximarse a los mecanismos de percepción del sujeto.
Podemos concluir que aunque se da prioridad a la vista nunca se percibe con un
solo sentido. La vista de inmediato activa a los otros cuatro mecanismos que
acompañan la percepción. Imaginamos al sujeto observador en una permanente
interacción sensible con el paisaje y toda su complejidad. Con el compendio de
estas experiencias va formando desde temprana edad un mapa del mundo que lo
rodea y de referencias donde se anclan sentimientos, gustos, preferencias, que luego
se transforman en la base de su accionar político. El insondable abismo de la
naturaleza humana se alimenta del paisaje externo, de ahí la permanente
tentación de los poderes para colonizar ese paisaje, llenarlo de referentes y
construir para los individuos un escenario emocional e ideológico del cual no
tiene escapatoria. El sujeto termina identificando este paisaje con lo
“normal”. Este ámbito es la forma de su mundo, donde los linderos del bien y el
mal, del amor y el miedo, de la aceptación y el rechazo, del placer y el dolor
están establecidos. Sus cinco sentidos habitan y a la vez construyen este
ámbito.
La
narración que hacemos, teniendo como marco el tema religioso católico y sus
estampitas, pudiera hacerse con la publicidad comercial, los lenguajes de la
política y los valores de lo que hemos dado en llamar cultura. Los mecanismos
perceptivos de la imagen funcionan de la misma manera, aunque haya diferentes
interpretaciones de lo mágico. Los valores de uso y cambio pueden también
variar al igual que las relaciones de poder que se establecen. El
objeto-estampa-fetiche existe en muchos ámbitos sociales, en numerosos
mecanismos emocionales perceptivos, en variadísimas escalas de valoración
material y simbólica. Nuestro paisaje está saturado de estos objetos a la vez
que nuestros sentidos están expuestos a las experiencias perceptuales de manera
continua, indiscriminada y violenta. Pudiéramos diferenciar entre percepción
voluntaria e involuntaria. Algunos procesos son decididos por el individuo
observador dentro de sus esquemas de necesidad, creencias y gusto. Otros por el
contrario son violentamente impuestos sin posibilidad de sustracción por parte
del observador.
Las
batallas por la colonización del paisaje han dejado relatos hermosos y también
brutales. Episodios donde se imaginaron, descubrieron y crearon verdaderas
maravillas que enriquecieron significativamente la experiencia individual y
grupal del ser humano al igual que escenarios devastados, abusados y
tremendamente segregados. En la escala de análisis: íntimo, doméstico,
comunitario, urbano, cada escalón tiene un paisaje donde operan un conjunto de
fuerzas concéntricas que interactúan de manera dinámica. Todos los imaginarios
y convenciones valorativas se complementan, se inter influyen y se construyen
unos a otros. El paisaje íntimo está gobernado por uno o dos sujetos más o menos
articulados. El paisaje doméstico amplía la cantidad de sujetos a un núcleo numéricamente
mayor con una primera intencionalidad socializadora. La casa satisface a los
habitantes a la vez que es una bisagra de entendimiento con los individuos y
grupos cercanos, sean familiares, o comunales. En el ámbito domestico gobierna
un acuerdo multi etario que establece una tregua de convivencia. Abuelos, tíos,
padres e hijos comparten un espacio, la mayoría de las veces reducido donde
debe funcionar una convivencia estética y utilitaria precaria y a la vez rica
en contenidos y usos. La complejidad del ámbito doméstico considera lo etario,
lo experiencial, las diferencias de género, las inclinaciones laborales,
académicas y disciplinarias. Todo debe establecer un equilibrio operativo, un
sistema ritual, una sacralidad que va desde lo biológico a lo mágico. De la
puerta para afuera está el ámbito comunal. En él convive la multiplicación de
lo domésticos y un extracto particularmente moralizado y escondido de lo íntimo.
Hay a esta escala, además de la suma de los domestico y lo íntimo, un
ingrediente que surge de la reacción de aquellos ámbitos con una zona donde los
poderes catalizadores de lo público-social dibujan un entramado que comienza a
estar fuera del control del individuo. Existe una moral visual pública
diferenciada de la doméstica.
Más
allá de lo comunal está la escala urbana. Aunque es una suma de los ámbitos
anteriores, esta escala agrega el ingrediente del anonimato, de la multitud
invisible, de la soledad de la muchedumbre a la misma vez que impone una moral
pública fabricada por un complejo entramado de poderes e intereses. La ciudad
es un ente multiforme y colectivo precariamente planificado, violador de toda
relación espacial arquitectónica y ecológica. El individuo es sufriente y
creador del paisaje urbano. Lo internaliza, lo construye en colectivo, lo
destruye, lo critica, lo ama, establece con él una relación ambivalente de amor
y odio, de felicidad y frustración. En eje cronológico la ciudad es una acumulación
histórica. Carga, producto del transcurrir del tiempo, una identidad que
también es cambiante. De su actividad vibrante y convulsa se acumulan
historias, prestigios, vergüenzas, hitos colectivos que sirvieron de punto de
quiebre de gestas sociales. Ondea con frecuencia sobre estas famas rasgos
infundados, valoraciones exageradas, características desaparecidas. Otras
justamente ganadas por los mil azares del tiempo, la geografía y las
maquinaciones de poderes y particularidades individuales sobresalientes.
En
cada uno de los ámbitos que hemos descrito está presente un particular conjunto
de imágenes, cada una adaptada a su escala, su uso y su intencionalidad. Cada
una obedece a los mecanismos de utilidad que le ha dado origen. Vallas
publicitarias, pendones, rótulos, tormentos, afiches, postales, estampitas,
pinturas, murales, promociones gráficas, anuncios publicitarios, cada uno
obedece a un mecanismo industrial productivo, comunicacional y mágico. Su lugar
en el paisaje varía. Algunas operaciones consideradas artísticas lo único que
han hecho es alterar la espacialidad y la ubicación de estas en su orden
original. Otras han afectado las escalas. El simple desplazamiento espacial y
escalar altera de manera significativa los procesos perceptuales y ubica al
individuo en una experiencia singular fuera de lo ordinario. Este ha sido desde
hace ya más de un siglo uno de los procedimientos básicos de las artes visuales
en busca del efecto, el impacto y la insurgencia dentro de un paisaje saturado
donde la captura de una mirada reviste gravísimas dificultades.
Una
imagen vale más que mil palabras. La palabra también es imagen. Podemos alterar
su ubicación, su escala su contextualización. Prevalece en el caótico orden
cultural urbano una feroz lucha y a la vez una complementariedad que navega
entre lo íntimo y lo urbano. Cuando el binomio imagen-palabra activa su impacto
en los sentidos y se produce un hecho perceptivo, lo que hemos dado en llamar
cultura define y sojuzga esta
experiencia. Leer la palabra y leer la imagen son dos tipos de decodificación
diferenciados, ambas son el alimento permanente del individuo en su andar
cultural urbano. Estas experiencias son el combustible de toda poesía, de todo
gusto y preferencia. Los sueños y las esperanzas, están construidas del paisaje
que entra desde las percepciones. La tentación de dominar este paisaje es
fundamental para los mecanismos que buscan la hegemonía. Es allí en ese espacio
y en esas percepciones donde comienza gran parte de la política, de los valores
y de la defensa de los modos de vida y la concepción de la propia existencia
del ser humano como sujeto perteneciente a un espacio tiempo cultural.
Excelente artículo de Oscar Sotillo Meneses. lleva al lector a través de lo que una imagen a lo largo de la historia, ha influenciado en el ser humano, de la diferencia entre la palabra y la imagen, donde destaca que a pesar de recibir la imagen a través de la vista los demás sentidos se acoplan y originan en el individuo una percepción del ambiente que va a depender de experiencias vividas y de su propia existencia como ser humano afectando la Psiquis y espiritualidad humana.
ResponderEliminarCiertamente como dice el artículo: " Una imagen vale más que mil palabras "
Excelente artículo de o
Eliminarscar Enrique Sotillo