EL GRAN H P Francisco Fajardo: el malinche. José Gregorio Linares

Después que la alcaldesa Erika Farías anunció que debía cambiarse el nombre de la autopista denominada Francisco Fajardo y suplantarlo por el de Guaicaipuro, los voceros de la derecha venezolana se han erigido en defensores incondicionales de la figura de Fajardo. Lo presentan poco menos que como un héroe nacional, cuya memoria debemos exaltar. Se empecinan en convertir en ícono de Caracas a un personaje nefasto: engañó, traicionó, atacó y despojó de sus tierras a sus hermanos de sangre, los pueblos indígenas que resistían al invasor europeo; fue, además, servil, entreguista y acomodaticio ante el invasor, cuyos acciones genocidas respaldó. ¿Quién fue este personaje que la derecha defiende con tanto afán?

Francisco Fajardo nace en Margarita  en 1528. Su padre, Fajardo “el viejo”, originario de Galicia, fue teniente gobernador de la isla de Margarita entre 1526 y 1528; y su madre, la cacica guaiquerí Isabela, era nieta del cacique Charayma. De modo que era un criollo mestizo; pero aunque por sus venas corría también sangre indígena, su alma estaba emponzoñada por el afán de riquezas y poder del conquistador español. En su conducta prevaleció el espíritu malinche: al ofrecer sus servicios a los invasores y convertirse en uno de ellos traicionó a su propio pueblo.

Fajardo no se identificó con la grandeza de los pueblos caribe, de la costa de Tierra Firme, a los que quiso arrasar; y de quienes el mismo Colón dijo en su Diario de Viajes que “son gente astuta y de mucho ingenio, y no cobardes” (1498). Ni mucho menos con la Apología de los indios, presentada por Bartolomé de Las Casas en 1550, en defensa de los pueblos originarios.

Al contrario, para Fajardo los indios que se asentaban en lo que hoy es Caracas y su periferia debieron ser como pocos años después (1578) los describe el primer gobernador de la Provincia de Venezuela, Juan de Pimentel quien señala que “son rudos y de torpísimo entendimiento, son prontos para lo malo y nada hábiles para lo bueno. Son los indios de esta provincia inhumanos, de poca piedad y caridad. Son atroces matadores y comedores de carne humana”. Por eso los combate a sangre y fuego,  destruye sus asentamientos para establecer los suyos, y los convierte en siervos de sus encomiendas.

Alrededor de 1555 Fajardo sale de Margarita; emprende su campaña de manipulación y engaño destinada a ganar la confianza de los caribe de tierra firme, aprovechando los lazos de consanguinidad que él y su madre tenían con algunos caciques de gran prestigio, entre ellos Naiguatá. Cuando con el tiempo se vio descubierto, desenvainó su espada de conquistador: organizó varias expediciones punitivas contra los poblados caribe de la región centro costera de Venezuela, bajo el  pretexto de que estaba fundando pueblos. En realidad los estaba exterminando a la vez que entregaba sus tierras y pobladores a los lugartenientes que lo acompañaban. A su compañero portugués Cortés Richo le adjudica lo que hoy se conoce como Valle-coche; y a otro de sus secuaces, Juan Jorge Quiñones, le entrega el valle de San Jorge, hoy Caricuao-Macarao-Las Adjuntas. Cuando en 1559 funda el hato de San Francisco, núcleo de la futura Caracas, situado entre lo que hoy es Carmelitas, Santa Capilla y Veroes, (según las indagaciones arqueológicas de Mario Sanoja e Iraida Vargas), usurpa tierras y  reparte encomiendas. A los indios que confían en él los traiciona, como lo hizo con el cacique Paisana a quien en 1558 mandó a  ahorcar.   

Fajardo no se compadece de los innumerables sufrimientos a que son sometidos sus hermanos originarios a manos del conquistador europeo. Vivió de cerca la injusticia y no se conmovió de la suerte de sus semejantes. Vió las acciones de los opresores extranjeros cuyas acciones, según relata Bartolomé de Las Casas en 1542, “ni son de cristianos ni de hombres que tienen uso de razón, sino de demonios, seres más inhumanos que crudelísimos tigres y que rabiosos lobos y leones: desde la costa de Paria hasta el golfo de Venezuela exclusive, que habrá doscientas leguas, han sido grandes y señaladas las destrucciones que los españoles han hecho en aquellas gentes, salteándolos y tomándolos para venderlos por esclavos. No se podrían fácilmente decir ni encarecer particularizadamente cuáles y cuántas han sido las injusticias, injurias, agravios y desafueros que las gentes de aquella costa han recibido”. (Brevísima relación de la destrucción de las Indias, 1542.)

Siendo Fajardo oriundo de Margarita, ni siquiera se identifica con el sufrimiento de sus coterráneos, que para entonces eran sometidos a los más disímiles actos de barbarie.  Pretende ignorar  hechos inicuos que se desarrollaban para entonces tanto en su isla como en Cubagua, donde “la tiranía que los españoles ejercitan contra los indios en el sacar o pescar de las perlas es una de las crueles y condenadas cosas que pueden ser en el mundo. Meten a los indios en la mar en tres, en cuatro o cinco brazas de hondo. Desde la mañana hasta que se pone el sol están siempre debajo del agua nadando, sin resuello, arrancando las ostras donde se crían las perlas. Salen con unas redecillas llenas de ellas a lo alto y a resollar, donde está un verdugo español en una canoa o barquillo, y si se tardan en descansar les da de puñadas y por los cabellos los echa al agua para que tornen a pescar. Muchas veces, zambúllense y nunca tornan a salir, porque los tiburones y marrajos, que son dos especies de bestias marinas cruelísimas que tragan un hombre entero, los comen y matan”. (Brevísima relación de la destrucción de las Indias, 1542.) Todo esto lo presenciaba Fajardo y no hizo nada para evitarlo. Al contrario, con su alianza con los invasores, les hizo más penosa la vida a sus paisanos insulares.

Afortunadamente, mientras Fajardo y sus cipayos se mantenían indiferentes ante las injusticias o acosaban a sus hermanos, otros indígenas  se incorporan a las luchas que contra los invasores libraban los pueblos rebeldes agrupados en una federación encabezada por Guaicaipuro, entre los que estaban caciques de gran valor y talento como Paramaconi, el gran jefe toromaima que liderizaba la lucha en los alrededores de Caracas, y la cacica Apacuana, ejemplo de coraje y lealtad. Como lo explica el prestigioso antropólogo Gaspar Marcano (1850-1910): “durante diez años, los españoles encontraron en el país de los caracas una oposición que provenía tanto de su valor, habilidad y patriotismo como del hecho de que, constituidos como naciones independientes, prolongaban la lucha, estando separadas, o unidas entre sí. Sus caciques por lo demás, se encontraban a la altura de su noble misión. Guaicaipuro fue no sólo un guerrero indomable, sino un verdadero organizador. Él no se limitó a defender sus súbditos y aliados; organizó una guerra ofensiva que le permitió reconquistar más de una vez el terreno que los españoles creían ya poseer”. (Etnografía precolombina de Venezuela, 1889)

Como estamos viendo, ya desde el siglo XVI se enfrentaban dos visiones de Venezuela: una, entreguista e indigna, aliada a los proyectos de dominación de los imperios invasores, representada por Fajardo y su comitiva de malinches; la otra, decorosa y combatiente, asociada a la lucha por la resistencia y la soberanía, enarbolada por Guaicaipuro y los pueblos indígenas insurgentes. De modo que los que hoy defienden a Francisco Fajardo como emblema de Caracas son los mismos que pretenden entregar nuestra nación a la rapaz codicia del imperio del Norte: buscan en los personajes del pasado los arquetipos para cometer sus fechorías en el presente. Mientras que los que proponemos a Guaicaipuro, (Paramaconi o Apacuana) como símbolo, levantamos las banderas de la independencia, la identidad y la defensa integral de la Patria. Nos inspiramos en su pensamiento y en su acción emancipadoras. Repetimos nuevamente su grito de combate caribe: 

¡Ana Karina Rote, Aunicon Paparoto Mantoro Itoto Manto!

 “Aquí no hay cobardes y nadie se rinde. Esta tierra es nuestra”

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