
Alí Ramón Rojas Olaya: Profesor investigador de la Escuela Venezolana de Planificación y de la
Escuela de Defensa Integral Comandante Eliézer Otaiza (Ediceo), Rector
de la Universidad Nacional Experimental de la Gran Caracas, Presidente
del Centro Rodrigueano de Investigación Social para la
Latinoamericanidad (Crisol).
En el primer cuarto del siglo de XIX, Simón Rodríguez regentó una escuela de primeras letras en un pueblecito de Rusia. ¿Sabía esto Makarenko?
En el primer cuarto del siglo de XIX, Simón Rodríguez regentó una escuela de primeras letras en un pueblecito de Rusia. ¿Sabía esto Makarenko?
En
estos momentos en que Venezuela es atacada por una guerra planificada
desde Estados Unidos para hacerse del petróleo, el gas, y los elementos
de la tabla periódica que su subsuelo existen es importante estudiar el
aporte del pedagogo Antón Semiónovich Makarenko a la educación
socioproductiva emancipadora. Nació el 1° de marzo de 1888 en Belopole,
provincia de Járkov, Ucrania y falleció el 1° de abril de 1939 en Moscú.
A los 15 años se inició como ayudante de maestro. A los 17 obtuvo el
título de maestro.
Los
dos conceptos que resumen la obra pedagógica de Antón Semiónovich
Makarenko son: colectividad y trabajo. La pedagogía de Makarenko fue
elaborada, metodológicamente hablando, desde su propia práctica, por
ensayo y error, y a partir de teorías que, aunque conocía muy bien,
según él poco tenían que ver con el contexto y la realidad de los
muchachos que intentaba educar. Makarenko solía irritarse con las
especulaciones de los teóricos que, desde la comodidad de su “Olimpo
pedagógico” ponían en tela de juicio sus métodos.
En
la vida de Makarenko, existen dos etapas: entre 1920 y 1935, tuvieron
lugar sus experiencias educativas como director de dos colonias
escolares, y entre 1935 y 1939, se dedicó fundamentalmente a escribir y
dar conferencias de temas pedagógicos. Entre 1920 y 1928, dirigió la
colonia "Máximo Gorki", dedicada a la formación de niños y jóvenes
delincuentes; de 1928 a 1935 dirigió la comuna de trabajo para jóvenes
"Félix Dzerzhinski". Tales experiencias fueron contadas por Makarenko en
sus libros Poema pedagógicoy Banderas en las torres. En ambas colonias se muestra como un educador muy exigente.
El
comienzo de su labor en el centro para delincuentes juveniles fue
difícil. Allí encontró cinco edificios de ladrillo totalmente
desmantelados. A las habitaciones les habían arrancado las ventanas,
puertas y estufas. Al cabo de dos meses, cuando uno de los edificios se
hubo rehabilitado, uno de los primeros jóvenes cometió un atraco y
asesinó a un hombre, y fue detenido en el propio centro. Sin saber cómo
abordar a los residentes en el centro, Makarenko recurrió sin éxito a
los libros de pedagogía. Al no encontrar respuestas apeló a un análisis
propio y concreto. Makarenko invitó a cortar leña a uno de sus alumnos.
Éste le respondió: -¡Ve a cortarla tú mismo! A raíz de este desaire
Makarenko escribe en su Poema Pedagógico: “Colérico y ofendido, llevado a
la desesperación y al frenesí por todos los meses precedentes, me lancé
sobre Zadórov. Le abofeteé. Le abofeteé con tanta fuerza, que vaciló y
fue a caer contra la estufa. Le golpeé por segunda vez y agarrándole por
el cuello y levantándole, le pegué una vez más. Esto fue, naturalmente,
una salida violenta a las emociones; desde el punto de vista de muchos
de los teóricos actuales, un absurdo pedagógico. Pero el caso es que el
influjo emocional, precisamente, venció la indiferencia y el descaro de
los cinco pobladores. Cogidos de improviso por esta explosión, los
colonos reaccionaron tal y como se podía esperar de gentes salidas del
mundo de la delincuencia: cedieron a la fuerza sin sentir humillación.
Esta fue una especie de victoria general, del educador y de los
muchachos, pero una victoria que aún necesitaba afianzarse, exigiéndose
para ellos medidas de otra naturaleza. Pero, ¿cuáles?”. La respuesta a
esta interrogante era la educación socioproductiva. Se hacía necesario
educar a todos a la vez, y no a cada uno por separado, pero haciendo
énfasis en la individualidad y no en el individualismo. Debía organizar
la vida de tal
manera que los propios colonos fueran los que llevasen todo lo
referente al centro: los edificios, el plan de producción, la
distribución de los ingresos, la disciplina, de tal manera que ellos
mismos deberían educarse unos a otros, exigir, subordinarse, respetarse,
preocuparse y ayudarse mutuamente. Sobre esto explica: “Para trabajar
con una sola persona hay que conocerla y cultivarla. Si yo me imagino
las personas como granos amontonados, si no las veo en escala de la
colectividad, si las abordo sin tener en cuenta que son parte de la
colectividad, no estaré en condiciones de trabajar en ellas”. Sobre su
pedagogía dice Gorki: “Makarenko sabe hablar a los niños sobre el
trabajo con esa fuerza serena y latente, más comprensible y elocuente
que las más bellas palabras”.
Las
instituciones dirigidas por él no sólo llegaron a autofinanciarse con
el producto del trabajo de los muchachos, sino que incluso producían
excedentes que ingresaban en las arcas del Estado. El trabajo para
Makarenko es inseparable de educación, pero siempre se trata de trabajo
real, de trabajo efectivamente productivo, y no de un artificio con
fines exclusivamente formativos o instructivistas. Para él la
potencialidad educativa del trabajo reside en que se trate de una
actividad verdaderamente productiva y con sentido social. Sus
estudiantes de las colonias o comunas dedicaban 5 horas diarias al
trabajo escolar y cuatro al trabajo productivo.
Efim
Roitenberg, estudiante de la Comuna de Trabajo Dzerzhinski, fundada en
1927, relata cómo Makarenko creó este núcleo formado por los primeros 50
estudiantes de la colonia Gorki, con chicos recogidos en la calle, con
otros tantos traídos de otras colonias o enviados por sus familias. “En
los primeros tiempos, la comuna vivía del dinero que los funcionarios de
la Dirección Principal Política descontaban de sus emolumentos para
mantener a los comuneros. Cuando nuestra producción aumentó, Antón
Semiónovich nos propuso prescindir de esta ayuda, pasar a la autogestión
financiera, y no sólo subsistir por cuenta propia, sino proporcionar
también ingresos al Estado. Posteriormente, la comuna aportaba
anualmente 4 millones de rublos de ingresos. Claro está, que debido a
esto, creció también el salario de los comuneros, al que Antón
Semiónovich concedía gran importancia educadora. El dinero no sólo era
un estímulo para elevar la productividad laboral, sino que tenía también
un significado educativo. El peculio acrece las posibilidades
culturales y las exigencias del individuo. Le enseña a gastar y a
calcular su caudal juiciosamente. Para lograr tal hábito y dirigirlo,
Antón Semiónovich distribuía él mismo los salarios: confeccionaba la
nómina y establecía cuánto se debía apuntar a cada persona y cuánto
entregarle para sus gastos diarios. A los novatos, denominados
“educandos”, Antón Semiónovich les entregaba solamente una pequeña
cantidad de dinero para llevar en el bolsillo, obligándoles a rendir
cuentas de cómo lo gastaban. El dinero restante por ellos ganado, se
depositaba a nombre suyo en la caja de Ahorros y, cuando se hacían
mayores y recibían el título de “comuneros”, sólo entonces, obtenían el
derecho a recibir más peculios. Muchos comuneros, los de más edad,
ganaban hasta mil rublos mensuales. Para su manutención se les
descontaba 120 rublos. También eran obligatorias las cuotas destinadas a
la manutención de los pequeños, para el fondo del consejo de jefes, se
especificaba la suma mensual para gastos diarios, yendo a parar el
dinero restante a un fondo intocable de cada comunero en la Caja de
Ahorros. Así pues, cuando los comuneros abandonaban la comuna tenían
acumuladas sumas bastante cuantiosas de dinero que les aseguraban la
vida y los primeros años de estudio en los institutos. Aprendíamos,
pues, a ser buenos administradores de lo que ganábamos con el trabajo”.
La
educación colectivista como propuesta socioproductiva de Anton
Makarenko significó en la transición de la Rusia zarista, aún instalada
culturalmente en algunos sectores, a la Unión de Repúblicas Socialistas
Soviéticas, una invitación pedagógica integral donde convergía una
práctica política y económica. Sobre esto dice Gorki: “En la colonia que
dirigía Makarenko se hacían discursos sobre la grandiosa significación
del trabajo que crea la cultura, acerca de que sólo el trabajo libre y
colectivo lleva a las personas hacia una vida justa, de que sólo el
aniquilamiento de la propiedad privada hace a los hombres amigos y
hermanos, extermina todos los amargores de la vida, todos sus dramas”.
Como detalla su biógrafo V. Kumarin: “El joven pedagogo descubrió con
evidencia implacable que para trabajar exitosamente en la escuela no
sólo hacía falta enseñar, sino también educar, saber ver la originalidad
de cada discípulo, tener en cuenta sus particularidades individuales”.
Su legado está intacto. ¡Pongámoslo en práctica!
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