Caminando la Huella Ancestral Africana: Algunos aportes al estudio de la Identidad Cultural Afrovenezolana. Diónys Rivas Armas




Diónys Cecilia Rivas Armas
Dirección de Docencia e Investigación

Resumen.-La cultura afrodescendiente en el AbyaYala y El Caribe, se ha conformado desde un entramado y profundo proceso histórico, determinado por las circunstancias de la esclavización, colonización, dominación, exclusión y como resultado de un largo esfuerzo de conservación, recreación, resistencia y transformación en función de las condiciones sociales, históricas, culturales y económicas que han vivido las hijas e hijos de la diáspora africana. Por tanto, la cultura afrodescendiente representa una complejidad socio-histórica caracterizada por “rupturas y continuidades”. El comercio negrero, la trata trasatlántica y el sistema esclavista significaron para las africanas y africanos, una ruptura desde la opresión y la violencia con sus propias raíces y socio-génesis. Sin embargo, el episodio de la esclavitud, recreó y reafirmó sus creencias, saberes y cultos a partir de los legados ancestrales, que no pudieron ser dominados por los esclavistas. Desde este trabajo, se intentan presentar algunos aportes para el reconocimiento de la identidad cultural afrovenezolana, partiendo de esta simbiosis cultural, que ha desarrollado diversas marcas identitarias propias de la afrodescendencia íntimamente relacionada con la historia y el patrimonio cultural presente en la memoria y en la capacidad de reconocer el pasado en función de referentes que son propios y que se alimentan de forma continua, creando una amalgama de expresiones étnicas, culturales que han ido conformando un producto social, único y excepcional. El desarrollo del presente trabajo, parte principalmente de una investigación documental, donde se tomarán como referencia los aportes teóricos del investigador venezolano Miguel Acosta Saignes y del antropólogo - lingüista Esteban Emilio Mosonyi, ya que nos permiten comprender los procesos históricos invisibilizados desde los grupos subalternos, el rescate de la memoria y herencia en la complejidad y diversidad de nuestro devenir histórico. Además, recrearé mis contribuciones desde los relatos de Juan Pablo Sojo en su novela “Nochebuena Negra”, que representa la Huella Africana en los cacaotales barloventeños.

Palabras clave: Identidad; cultura afrovenezolana; ancestralidad.


I.                  Presentación
     El conocimiento ancestral o tradicional afrodescendiente está presente y es parte consustancial de la cultura en el Abya Yala y El Caribe, expresada en la vida cotidiana, en la medicina tradicional, la ritualidad, la mitología, las leyendas y costumbres, la literatura, la música, la magia de la curación del cuerpo, las fiestas callejeras, los tambores, acertijos, la sabiduría transmitida oralmente, los rezos, conjuros… Según el investigador Afrocolombiano John Anton (s/f):
El conocimiento ancestral comprende un conjunto de saberes, prácticas, usos, costumbres, informaciones y formas de vida que determinan la existencia de un pueblo dentro de su propio universo, dentro de su propia cosmovisión; es decir el conocimiento ancestral constituye para una comunidad uno de los rasgos más característicos de su identidad étnico cultural (44 y 45).
     El conocimiento ancestral es la auténtica expresión de la permanencia de los saberes culturales y espirituales de raíces milenarias, creadas, transformadas y armonizadas por los pueblos para la sostenibilidad de la vida y la identidad cultural, que los acerca a la naturaleza, mundo espiritual y simbólico del amor a la tierra perdida y vientre de existencia del otro lado del mundo.
     Como sabias ancestrales, las mujeres africanas, se convirtieron en fuerza y energía en el proceso de resistencia de la sociedad esclavista, ante la expoliación masiva del trabajo forzado, la explotación cultural, la opresión racial y sexual, respondieron desde la capacidad creadora de la cultura, cosmovisión propia y conocimiento ancestral, para erigir la huella ancestral africana en el Abya Yala y El Caribe como herencia para sus hijas e hijos.
     Esta herencia ancestral erige su huella a través de la labor creadora de la memoria colectiva de los pueblos y el proceso de transmisión de esas creaciones. Este proceso de entrega y reconocimiento, configura de manera natural el referente de identidad. Esta identidad está íntimamente relacionada con la herencia histórica y la memoria, como la capacidad de reconocer el pasado y el deseo de enraizarse en un territorio en el presente. La suma de estas sensibilidades se concretan en la vida cotidiana, en la muestra y práctica de las manifestaciones culturales. De acuerdo a Vargas-Arenas y Sanoja (2013), la herencia histórica tiene significación a través de la herencia cultural, partiendo de las transformaciones que históricamente se dan en la estructura social, es decir: “el resultado de la recreación e inserción del legado cultural en cada tiempo histórico en su inseparable relación con la esencia social, y el proceso de su uso y transformación por parte de los actores sociales” (p. 109).
     Por tanto, el proceso de creación cultural constituye la filosofía de un pueblo que le permite desde un hecho histórico darle sentido intuitivo y simbólico a su vida. Este sentido se condesa a través de la palabra. La palabra mantiene viva la memoria y es el puente que edifica el pensamiento popular para el equilibrio, liberación e integración del ser y la consistencia del horizonte racional propio desde ancestrales modelos de convivencia.
     Desde estas reflexiones iniciales, sabemos que la búsqueda de la identidad no se puede convertir en un hecho objetivo y que los elementos culturales para su definición son múltiples, pues, constituye un camino de reinvención ontológica y epistemológica, que debe reconocer y valorar los complejos procesos históricos-sociales propios frente a las hegemonías culturales. Un proyecto de identidad debe pensarse desde nuevas narrativas y voces que reivindican las particularidades, subjetividades, afectividades e imaginarios sociales en nuestro espacio y tiempo, como horizonte político y de acción colectiva para la transformación social. Tomando en consideración que gran parte de nuestra herencia tiene raíces indígenas y africanas, troncos étnicos que aportaron significativamente en el plano sociocultural. Como lo señala el investigador Esteban Emilio Monsonyi (1982):“estaríamos frente a un pueblo nuevo, con sus componentes fusionados y un mestizaje más o menos tripartita, de componentes europeos, africanos y americanos autóctonos” (p. 44)
     Frente a estos únicos y excepcionales complejos culturales, es un desafío desde este trabajo hacer un acercamiento al concepto de identidad que resguarde el equilibrio ancestral y emocional de la memoria de los pueblos, que definen nuestros modos de vida y sentires de muchas comunidades de las regiones venezolanas. Este proceso reflexivo sobre la identidad representa la visibilización de las múltiples representaciones culturales espigadas en nuestras comunidades, como fuerza material, espiritual y deseo de situarse en un territorio. Como expresa Fernando Rovelli: “la posibilidad de una geografía emocional”, desde donde se condiciona todo el quehacer, por la cultura y el poder de ser y estar, lo que supone el verdadero “rescate de las conciencias históricas de los pueblos”.
     Nuestra mirada al “África”, como cuna de la humanidad y la huella de la diáspora africana en nuestro continente a partir del siglo XVI, donde se intensificó la esclavización, acentuará las posibilidades de resignificación de la identidad cultural afrovenezolana desde los estudios aportados por Miguel Acosta Saignes y Esteban Emilio Mosonyi. Además, explorar la región de Barlovento desde las letras y poesía de Juan Pablo Sojo en su novela “Nochebuena Negra” (1943), permitirá el regalo de la fulía, el mina, el carángano, el cuatro y el cantar de los ríos en las tierras donde los hombres y mujeres dan el último beso a la tierra “regada con sudor y sangre” y está presente “el espíritu de África, vibrante, oloroso a mandrágora, a curujujul y áloes…” (p. 92).
II.               Recreación conceptual de la Identidad Cultural
     El concepto de identidad tiene una fuerza que está muy relacionada con “lo raizal” según Fals Borda (2008), lo que significa considerar las propias características sociales y culturales partiendo de nuestras raíces originarias, ancestrales y terrenales, es decir como elementos históricos y auténticos dan fundamento a la pertenencia, considerando lo dinámico y heterogéneo de este proceso.
     Hector Díaz Polanco (2016), considera parte de este análisis, al señalar que: “las identidades son, ante todo, históricas. Se conforman en contextos complejos que incluyen la presencia de otras culturas respecto de las cuales se define la propia pertenencia” (p. 32). Entendiendo, que las identidades se transforman y renacen en un campo de contradicciones y ajustes intersubjetivos que expresan su multiplicidad, “de pertenencias que ellos mismos organizan de alguna manera en el marco de las obvias restricciones sistémicas, pero que están presentes de modo simultáneo” (p. 34).
     La pertenencia identitaria pasa por comprender la diversidad de los planos identitarios que se despejan en un proceso sincrónico de horizontes comunes que definen un “nosotros”, pero que secuencialmente consolidan una idea de territorio “propio” que nos aleja y diferencia de lo “ajeno”. Por tanto, este sentido de pertenencia “fluye de la comunidad”, lo que germina en el “jardín de las identidades” que considera Díaz-Polanco como reivindicación de las identidades múltiples y fuerza cohesiva de la comunidad.
     Asimismo, es interesante traer a la discusión los planteamientos de Esteban Emilio Mosonyi (1982), que considera los milenios de experiencia histórica acumulada para la configuración de la memoria colectiva que permanentemente se recrea de la continuidad y persistencia de cambios que se resisten frente a la represión secular:
Venezuela como personalidad colectiva no se explica sin la cuota de participación que en ella han tenido indígenas, europeos y africanos dentro de un devenir muy complejo en que los grupos étnicos moldean y a su vez son moldeados por las relaciones de colonialismo, dependencia, estructura de clases y otras configuraciones sociales (p. 159).
     La conformación social es determinante para explicar la inserción e interrelación de distintas poblaciones en un territorio, donde no hay una ruptura entre el mundo anterior y posterior, sino la confluencia de proyectos históricos íntimamente relacionados, que confluyen en una vinculación dialéctica permanente. De allí, que el autor afirma que la historia de nuestra identidad es “pancrónica”, ya que es inexplicable una historia unilineal y esquemática, donde la sincronía y diacronía no son planos separados, sino que perfilan una reinterpretación del presente desde una totalidad histórica-antropológica. Esta visión es compartida por Vargas-Arenas y Sanoja (2013), cuando señalan que el proceso de creación cultural posee dos niveles de existencia: “el estructural sincrónico y el histórico diacrónico”. De igual manera, se entrecruzan las miradas de Vargas-Arenas, Sanoja, Mosonyi y Díaz-Polanco, cuando expresan que las identidades son múltiples en un plano de singularidad y complejidad histórica.
     Vargas y Sanoja (2013), expresan que: “los elementos para la identidad son múltiples, no existe una sola identidad cultural, sino una secuencia de identidades” (p. 101). Por su parte, Díaz-Polanco (2016), señala que: “las identidades múltiples también se consolidan y expanden presionando las fronteras previamente establecidas, redefiniéndolas” (pp. 33-34). Y Mosonyi (1982) en el contexto venezolano, visualiza la presencia de una dialéctica intercultural, que se enriquece mutuamente, sin renunciar a su particularidad. Así argumenta el autor que: “aún no poseemos una identidad nacional plenamente conformada, pero sí identidades parciales bien delineadas, si bien fuertemente reprimidas, de cuyo diálogo perpetuo está asomando tímidamente un ser colectivo de características más definidas” (p. 161).
     Para abonar a esta discusión delineo lo que señala Acosta Saignes (2014): “sin duda, cada sociedad y cada cultura es el resultado de infinitas transculturaciones y traslados a partir de procesos internos y de préstamos del exterior” (p. 152).
     Desde los argumentos de los autores enunciados, rescatamos el carácter pancrónico de la formación de la identidad cultural venezolana, donde su dinámica e historia está determinada por la amalgama y simbiosis de colectividades actuales de ascendencia indígena, africana y europea, recreado por la autonomía creativa que cimenta un auténtico acervo venezolano con referentes del pasado, que construye una existencia colectiva con un horizonte común de autoafirmación y lucha por la supervivencia frente a las presiones disolventes y homogeneizadoras que pueden terminar en “identidades agónicas o identidades muertas”, según Díaz-Polanco (2016) o en una “identificación carencial” desde la mirada de Mosonyi (1982).
     Para el investigador Esteban Emilio Mosonyi, la identidad es una necesidad perentoria y exigencia impostergable de nuestro porvenir como pueblo. Por tanto, la importancia de respeto y estímulo a nuestras colectividades actuales que se muestran a través de las distintas formas de las culturas populares tradicionales en Venezuela, que son las culturas indígenas, las culturas afrovenezolanas y las culturas mestizas de carácter regional (Margarita, Oriente, Guayana, Los Andes, Centro-occidental o del Zulia), las cuales: “constituyen las culturas de carácter tradicional que se han ido acumulando a través de la existencia histórica de Venezuela, y que juntas- hoy por hoy – conforman el gran bloque de nuestras culturas populares tradicionales” (p. 78) y van tejiendo las especificidades en un proceso dialéctico y dinámico que se construye desde la confrontación e interacción creativa,que va moldeando y definiendo nuestra identidad como proyecto colectivo para transcender en un sentir como pueblo, aún en las diferencias de sus manifestaciones vivamente sentidas desde la autonomía de la creación y el reencuentro ancestral originario. Según Mosonyi (1982): “Los guajiros y los barloventeños entablan rápidamente un diálogo fecundo a través de su angustia común de mantener y reforzar su identidad, salvaguardar sus códigos culturales, transmitir a los demás pueblos algo de su haber colectivo” (p. 162).
     Para el autor, la identidad del pueblo venezolano es un producto histórico con una profunda “deculturación inicial” de sus componentes originarios indígenas y la fusión de los elementos de la diáspora africana que frente a la dominación colonial y la explotación económica resurge la presencia de una fuerza social largamente cohibida con modificaciones y reinterpretaciones que emergen en un diálogo necesario para la expansión creadora y el enriquecimiento de la propia pertenencia, en un territorio emocional y anclaje en una comunidad imaginada esencialmente sentida.
III.           Aportes a la Identidad Afrovenezolana desde los estudios de Miguel Acosta Saignes
      Acosta Saignes, es un investigador con una visión integrativa, que pretende dar aportes desde la historia, etnología, antropología y sociología para explicar los orígenes y crecimiento de la cultura en Venezuela. Además, el autor insiste y se preocupa en el rescate de nuestra memoria y herencia desde la comprensión de la complejidad y diversidad de las regiones históricas-culturales que definieron los modos de vida de las poblaciones que ocuparon el territorio venezolano, a partir de las fusiones e intercambios de las culturas prehispánicas y los préstamos socio-culturales de los europeos y africanos durante la colonización.
     Desde sus estudios, nos permite disponer de una visión crítica de la clasificación racial a partir de la colonización, comprender las áreas culturales de Venezuela en función de los procesos de transculturación y la formación de la cultura venezolana desde elementos indígenas y africanos, lo cual aporta a la definición de la identidad venezolana como patrimonio socio-cultural. Es interesante destacar, el interés del autor en visibilizar las contribuciones culturales de los africanos y sus descendientes en la gastronomía, religión, música y tradiciones. Estos rasgos culturales están presentes en muchas manifestaciones del país; por ejemplo, en el culto a San Juan, el baile en honor a San Benito, el joropo y el mito de María Lionza.
     El autor afirma, que en Venezuela, la cultura tiene procedencia múltiple, “negra, blanca e india”, pero no solo podemos determinar nuestros complejos culturales partiendo de nuestro origen étnico, es importante ahondar en estudios sobre cómo se fundieron, recrearon o reconstruyeronlos rasgos de diversos grupos en nuestras primeras poblaciones.
     Por tanto, es interesante investigar sobre los elementos culturales que se conservan y los que se han diluido en la secuencia de luchas políticas y sociales de nuestras poblaciones originarias, es decir cuánto permanece de lo indígena, lo africano y lo europeo en nuestros modos de vida, tomando en cuenta las áreas culturales constituidas desde los procesos sociales, políticos y económicos en distintas época y de las estructuras venidas de distintos lugares. Según Acosta Saignes (2014), en Venezuela, es necesario estudiar las causas de los procesos sociales:
Cuando se haya estudiado además el proceso de la producción venezolana y las relaciones clasistas originadas por los modos de producción, cuando se hayan analizado los episodios de la Conquista, para establecer los orígenes de nuestros estratos sociales, habremos encauzado nuestro pensamiento por un camino científico, capaz de darnos información sobre la verdadera raíz del crecimiento de la sociedad venezolana (p. 98).
     El autor desarrolla la importancia de la formación de la cultura venezolana desde el método histórico, que incluye los elementos indígenas y africanos presentes en nuestra cultura e invita a un análisis de los rasgos extinguidos, desaparecidos o que han sufrido modificaciones desde la fusión y la mezcla cultural. Es importante señalar, que en sus estudios Acosta Saignes hace uso de la palabra africanos para evitar la connotación racial y dar espacio para el análisis de todos los aportes africanos y no solos de las y los esclavizados.
     Para el investigador venezolano: “cultura es todo lo creado por el hombre, desde el más rudimentario instrumento de piedra hasta la más complicada elaboración filosófica; desde el primitivo alimento recolectado e incorporado al mundo del hombre por su utilización hasta el más sutil poema” (p. 156).
     En el caso de la cultura venezolana, su historia y dinámica está determinada por la indigenización y la africanización del español en nuestra tierra. Y este proceso inicio con la posesión por el nombre, todo lo que los conquistadores miraban y tocaban (mar, playas, ríos, islas), lo nombraban para ordenar nuestro mundo, desde su visión y tomar posesión del mundo venezolano y sus territorios. Sin embargo, cuando inició el desembarco en las tierras venezolanas debieron aceptar la toponimia indígena y la designación en los idiomas de los originarios. “Los toponímicos representan en realidad una historia compendiada de la tierra venezolana” (p. 158).
     Por ejemplo, el occidente de Venezuela está lleno de nombramientos de origen arawacos: Cumarebo, Paraguaná, Curimagua. Del dialecto Caribe se derivan: Cumaná, Píritu, Aragua, Maracay. De la estratigrafía toponímica española aparecen los pueblos con los siguientes nombres: Santa María de Ipire, Nueva Segovia de Barquisimeto, Espíritu Santo de Guanaguanare. También, es importante destacar los de origen africano como: Ganga, Birongo, Taría.
     Aún cuando los conquistadores tomaron posesión de nuestros territorios, debieron instalar procesos de producción para su subsistencia. Acosta Saignes (2014), nos comenta: “Aquí resultó el conquistador conquistado” (p. 159). Sus grandes alimentos en América fueron el maíz, la yuca y la papa. Del maíz persisten hábitos alimenticios fundamentales: la arepa, la hallaquita, la harina de maíz tostado y el sentido emocional de la hallaca. En las zonas campesinas es esencial el consumo de la yuca y su derivado, el cazabe. El complejo de la yuca no sólo es conservado por los descendientes de los antiguos indígenas, sino por los pueblos afrodescendientes. Además, se ha incorporado a nuestro consumo los frijoles y caraotas de origen indígena. En Venezuela, todavía se consumen frutas y vegetales de origen indígena: jobos, guanábanas, mamón, mereyes, mameyes, el ocumo, el mapuey, la batata, el cotoperiz, el onoto y el ají de uso muy extendido.
     De igual manera, nuestros campesinos complementan su dieta con muchas especies animales del mundo indígena, partiendo de sus hábitos de caza y de pesca originarios: venados, lapas, guacharacas, palomas, patos, iguanas, cachicamos y morrocoyes. Del mar se obtienen y consumen: cantes, meros, guabinas, sábalos, sapuaras, además de mariscos y moluscos.
     Es interesante destacar un elemento cultural que tomó el conquistador de los indígenas: la casa. Un modelo copiado fue el rancho con techo de palma, que aún permanece en muchos campos venezolanos, ya que representa un espacio construido con elementos extraídos de la propia naturaleza, es seguro y fresco. Además, desde materiales del mundo vegetal construyeron algunos medios de transporte (canoas, piraguas, cayucos), muchos de los cuales han sido industrializados.
     Por otro lado, los conquistadores adoptaron métodos curativos y conocimientos naturales del mundo indígena. Por ejemplo, el tabaco por su esencia curativa para las mordeduras de serpientes, sus atributos adivinatorios y para rituales. El fumar el tabaco con "la candela pá dentro", se tomó de los africanos, quienes además le otorgaron concepciones mágicas. De acuerdo a los estudios presentados por Acosta Saignes (2014), nos señala que: “muchos de los rasgos indígenas pasaron a los venezolanos actuales a través de las comunidades negras“(p. 164).
     En este sentido, la producción de los alimentos, los métodos agrícolas, de caza, los usos curativos, las construcciones de las viviendas y muchas creencias tienen elementos del aprendizaje por parte de los españoles, con adecuaciones de las poblaciones afrodescendientes desde lo originario de los procedimientos indígenas. Acosta (2014) sostiene: “¿Y no sigue sembrando el campesino según las fases de la luna? ¿Y no ha sido fundamento de la economía campesina el maíz? ¿Y no viven comunidades enteras de la elaboración del cazabe?” (p. 166).
     Ahora destacaremos las áreas culturales africanas definidas y estudiadas por el autor. Fueron numerosos los africanos traídos a Venezuela desde Angola y El Congo que aportaron rasgos propios de los “negros” y caracteres árabes. Por ejemplo, muchísimas palabras tienen elementos árabes: abánico, alacrán, aceite, alcohol, añil, algodón, azabache, jinete, jazmín, tamarindo, tarea, tarima, zaguán, zoquete, alpargata. Además, muchas técnicas e instrumentos de construcción tienen origen árabe.
     El autor explica dos fenómenos sociales en relación a la visión del negro (o mandinga). Por un lado, se convierte en objeto al negro, que vino como esclavo, provisto de toda degradación e inferioridad, a quien siempre le establecieron oficios repulsivos y en situaciones de crueldad. Otra cara de la realidad: las negras eran parteras y ayas. Acosta Saigne (2014), afirma: “Todo blanco llegaba al mundo en manos de la partera negra” (p. 173). Se encargaban del amamantamiento, educación y cuido de los hijos e hijas de sus amos y esclavizadores. Por tanto, fue determinante en la constitución de la cultura y la formación de la personalidad básica del venezolano, la influencia afectiva de la aya y nodriza negra. Los cuentos de las ayas maternales negras llenaban la imaginación de los pequeños desde los relatos de aparecidos, sayonas y brujas. El investigador señala:
Otros cuentos pueden también haber creado importantes rasgos fundamentales y tendencias profundas en los pequeños, como los de Tío Conejo o Tío Tigre, en los cuales se expresa, sin duda, una prolongación de ciertos ciclos de competencias entre animales fuertes y otros, astutos, del mundo africano (p. 175).
     Sin duda, en nuestro lenguaje están presentes las huellas de este cuento, donde la fuerza, lo hábil y lo inteligente inciden en la construcción de nuestras relaciones humanas y capacidades individuales. Las ayas determinaron la formación cultural, los africanos y sus descendientes establecieron la producción básica de la colonia. Además, en sus hombros descansaron múltiples oficios y labores en la siembra de caña, en las haciendas de cacao y en las minas. Sus ocupaciones más destacadas fueron: destiladores de aguardiente, sastres, cocineros, curanderos, cantores, albañiles, tocadores de arpa y guitarra, barberos, herreros, arrieros.
     Por tanto, el africano se encontraba en el imaginario social desde sus actividades impuestas, “el negro verdugo que daba muerte y la negra partera que daba la vida”. Además, las negras determinaban la formación sexual y familiar en Venezuela, como objeto sexual transitorio y de placer. “Las negras estaban condenadas a la actividad sexual por las regulaciones coloniales y sus consecuencias psicológicas que se prolongarán en plena vida de la República” (p. 178), expresa   Acosta Saignes.
     Siguiendo la línea de estudio de los aportes africanos, se destacan los siguientes toponímicos: ganga, birongo, marasma, farriar, taría, cumbes, banana, bamba, bambuco, cafunga, bongo, funche, luango, guineo, baba, marimba, tarimba, mina, curvata, mondongo, quimbobó, ñame. Esto revela como se han conservado los nombres traídos por africanos esclavizados y que han penetrado en el uso común de las y los venezolanos.
     La utilización de la caña amarga y sus diversos usos (tejido) llegó de los esclavizados. La preferencia por los colores muy vivos (el rojo) que adornan los vestidos en las festividades de San Juan. La muñeca de trapo vino del África. Las innumerables fiestas de diablos, diablitos, negros, negritos y muchas danzas populares son de procedencia conga. San Juan, San Benito, Corpus Inocentes son fechas clásicas de nuestro folclore, donde persiste la supervivencia africana expresada en la música, bailes y ceremonias rituales.
     En muchos aspectos los africanos e indígenas tienen modos muy parecidos, por ejemplo el uso de la palma en las viviendas, los tambores, el “pilón” de madera, las maracas, las creencias sobre las aves y la vida en colectivo. Muchos elementos se juntaron en territorio americano y otros se reforzaron por el aporte africano.
     En la alimentación los africanos aportaron en la dulcería popular, incorporando el coco, las envolturas en hoja de plátano o cambur, la utilización de las musáceas para elaborar dulces. Además, fundaron pueblos alzados (cumbes) y abrieron caminos en sus fugas, descubriendo muchas regiones y ríos para su supervivencia en su escape. La primera sublevación de negros registrada en los documentos históricos fue en 1552 en las minas de Buría, liderizada por el “Rey Miguel”, quién fundó una cumbe en la orillas del Río San Pedro, conformada por esclavizados de origen africano que trabajaban en las minas y los indígenas Jirajara refugiados de las encomiendas y misiones. Una experiencia de cimarronaje a destacar, se desarrolló en el siglo XVIII donde tuvo lugar la famosa rebelión de Andresote. De acuerdo a los estudios de Pollak-Eltz (2000): “los cumbes y haciendas del valle del Tuy fueron los centros principales de esta conspiración” (p. 74).
     En estos espacios libertarios desarrollaron el trabajo colectivo de origen indígena y africano que se denomina “la cayapa”, que persiste en las zonas campesinas de Venezuela para hacer viviendas y preparar los terrenos de siembra.
     Hoy en Venezuela los diversos caracteres culturales han definido la creación de nuestra nacionalidad, las contradicciones y luchas con raíces comunes. Acosta Saignes (2014), comenta: “Indios, negros, zambos, mulatos, concurrieron, después de tres siglos de tremendo proceso de fusión somática y cultural al esfuerzo mayor de la Independencia” (p. 184).
     Según cifras de Humbolt para finales del siglo XVIII, Venezuela contaba con un población total de 800.000, distribuida de la siguiente manera: Pardos (400.000), Blancos (200.000), Indios (120.000) y Esclavizados de origen africano (64.000). Sin embargo, estas cifras no integran a los afrodescendientes libres que sumarían un total de 103.215 “negros”, que representan la octava parte de la población total. En el centro del territorio de Venezuela (Miranda, Aragua, Carabobo, Yaracuy y Falcón) y en las costas se agrupaba la población afrodescendiente y las poblaciones indígenas en el occidente, oriente y sur. Según Vargas-Arenas y Sanoja (2013): “Las comunidades de cimarrones o cumbes contribuyeron a la formación de nuevas comunidades en muchas regiones de Venezuela, constituyendo un polo antagónico al régimen esclavista; asimismo se convirtieron en focos libertarios de resistencia activa” (p. 50-51).
     Sin duda, está distribución permanece hoy en nuestro país, es decir el área cultural de Venezuela se conformó en función de la distribución demográfica y han determinado las complejas conformaciones culturales.
IV.           África en Venezuela desde las letras de la novela “Nochebuena Negra”
     En 1930 Juan Pablo Sojo a través de su novela “Nochebuena Negra”, nos regala el espíritu del África en las tierras de Barlovento, donde a través de un soplo de letras espontáneas, ingenuas y cándidas, muestra a la naturaleza ardiente y glamorosa en equilibrio insaciable con el erotismo y pasión que envuelve la vida de mujeres y hombres que trabajan, cantan, bailan, celebran sus ritos y muestran sus supersticiones, envueltos en un trágico e inquebrantable destino de riqueza para sus amos y de sudor y sangre para ellos, derramada en la tierra que besan antes de morir con la esperanza de que “los pezones rojos del cacao madurarán”(p. 231), como canto y perfume en el grito de los desheredados y las voces de los vencidos para la deseada dignidad incesante y plena.
     En los relatos de la novela, se visualiza el diálogo permanente de las expresiones del acervo de la cultura popular tradicional y la realidad social, económica y espiritual de la población afrodescendiente que entrega sus cuerpos en las haciendas de cacao para la fortuna de los hacendados.
     En un insaciable despliegue de metáforas, símbolos y alegorías la novela muestra desde el amor y el dolor el horizonte de la huella ancestral africana, donde el paisaje barloventeño alberga la frondosidad de las letras, donde Sojo (1930) se expresa para “rendir homenaje a la gran voz que venía del ancestro. Voz misteriosa, que reclama su sangre africana, su resto de sangre africana perdida en los recovecos de las venas como vaga reminiscencia” (p. 222).
     Dentro de la originalidad interpretativa de esta novela destacan los conflictos y relaciones interraciales que van tejiendo diferentes historias en un mismo escenario que mezclan la sensualidad, la música y el olor del paisaje de los cacaotales venezolanos: “Y rodaron sobre el maizal cuando los conotos rojinegros se alborotaban piando, bajo el cielo claro y diáfano del día. Tuve que usar savia de cacao para hacerla mujer” (p. 38).
     Desde estas ideas, se resignificarán las expresiones, pensamientos, cosmovisión y valores de la cultura afrovenezolana presentes en la novela, que aportan a la construcción de la identidad cultural en nuestro país.
     En los relatos de Nochebuena Negra encontramos la mágica sabiduría espiritual y ancestral de los peones y mujeres trabajadoras de la Hacienda Pozo Frío que desde la sonoridad de un “poema campesino” enfrentan el trabajo esclavo y el destino que los aleja de disfrutar los frutos de su tierra, pues “habían encanecido en aquellas haciendas que levantaron con sus brazos. Cada grano de cacao podía ser una gota de sudor. Y la almendra azucarada en los yuyos se torna roja como la sangre bajo el sol” (p. 46).
     Sin embargo, “(…) los peones van a sus ranchos cantando y riendo. El alma de los negros es como el alma de las fuentes cantarinas, clara y bullidora” (p. 17) en una  cosecha insaciable de sus anhelos y recuerdos que dan vida en la tierra barloventeña a los conjuros de José Trinidad, los presagios de Asunsa, los velorios de San Pascual Bailón, al humo del tabaco de Celedonia, el preparado de anisado y tequiche de la india Juana, al repique del tambor mina, a los rezos de la vieja Regana, las supersticiones de Crisanto, al cuerpo serpenteante de Teodora, al estruendo del furruco, los festejos para la cosecha en el mes de junio, las fiestas de semana santa, al canto de Pedro Marasma, el espanto de la Sayona, los cantos del jolgorio y a la voz del ancestro en la Nochebuena de San Juan.
     Todas estas manifestaciones y recreaciones entretejen rasgos de la herencia de la cultura africana, su adecuación, acomodamiento y fusión en territorio venezolano con elementos indígenas y europeos, ya que como afirma Acosta (2014): “cada sociedad, cada cultura actual, es la resultante de innumerables transculturaciones,de traslados, a veces desde lugares remotos, de procesos dinámicos internos y de préstamos procedentes del exterior” (p. 156), para ir construyendo y gestando en el vientre de Barlovento la cultura afrovenezolana. Al respecto la investigadora Casimira Monasterios (1982), expresa:
La cultura negra barloventeña data desde la época de la colonia y los barloventeños hemos mantenido esa cultura prácticamente igual hasta ahora. Desde la época en que ya se fusionaban la cultura africana con la cultura española, hemos mantenido bastante puros estos rasgos, sobre todo las expresiones musicales, y también en otras creencias nos hemos mantenido bastante coherentes (en MOSONYI, 1982 p. 61).
     En este sentido, los relatos en la novela Nochebuena Negra desbordan lo amoroso, sagrado y siniestro de la voz y el recuerdo de la huella africana que florece en la cultura afrovenezolana. Son relevantes las prácticas de hechicerías y de curanderismo que de acuerdo a Acosta Saignes (1978) y a investigaciones de Pollack-Eltz (1987) en el pueblo de Birongo “pueblo de los brujos” tienen origen africano. En Venezuela “birongo” significa “brujería” y en el idioma bantú significa “remedios, medicinas, pociones, hechizos”. La novela nos cuenta como se “había echado un mal”, como “ensalmar a los curiosos” o como el “canto del ave tenebrosa significaba muerte segura en el lugar” con la presencia del espanto terrífico de “la Sayona”que adormecía a los hombres con su presencia en forma de una mujer hermosa y complaciente. Un personaje en la novela que da representatividad a estas prácticas es la gorda Regana, “era alegre por naturaleza, pero timorata y rezandera. Su vida estaba llena de supersticiones, y a la vez que el miedo, la malicia formaba el todo de su existencia” (p. 67). Además, se destaca Lino Bembetoyo que “también totumeaba con las hierbas; sabía conseguir una mujer y darle un ensalme a un picao (p. 27).
     También es interesante destacar, los cuentos de animales que se relatan en la novela para reflexionar sobre la naturaleza humana y la sabiduría de los pueblos a través de lecciones morales de la vida cotidiana. Les dejo un extracto de un cuento que relata Juan Pablo Sojo en su novela, que trata de trasladar características animales para explicar comportamientos humanos:
Fue corriendo a casa de Papá Dios, quien lo recibió muy sonreído. Y cuando Conejo pensaba que iba a ser grande de tamaño para codearse con León y Tigre, Papá Dios lo cogió por las orejas y estirándolas les dijo: Indio y Conejo son la misma cosa por la astucia…! Si yo te hago grande, mijito, ¿qué sería de los otros animales, cuando siendo tú tan pequeño has hecho todo lo que te pedí…? ¡Y las orejas se le quedaron largotas a Conejo! (p. 35).
     Sin duda, el cuento es el género literario oral de mayor significación, valor y amplitud, que heredó El Caribe del África Occidental, que en armonía con la tradición, nos revela lo sagrado, lo oculto, lo grandioso y belleza del pasado, donde se borran las fronteras entre el cuento, la leyenda, el mito y la fábula, a través de una representación imaginaria que nos revela una concepción del mundo, desde la realidad social del mundo colonizado y opresivo. Para Fernández (2012):
En África, el cuento refleja las aspiraciones y el modo de vida de los pueblos de esa región con un estilo realista, tanto por la lengua empleada, como por las descripciones. Estigmatiza defectos individuales como la estupidez, el egoísmo, la vanidad, la mala fe, la haraganería, la cobardía, la maldad; pero también, a escala social, exalta virtudes positivas para la sociedad: la solidaridad, la discreción, la hospitalidad (p. 52).
     El autor recrea de manera extraordinaria todas las fiestas y ceremonias con el cultivo permanente de la música y la sonoridad de los tambores. Entre las fiestas “negras”, la más alegre y llena de recuerdos es la “Nochebuena de San Juan”, celebrada el 24 de junio y que representa el espíritu que enciende todos los sentimientos de los hijos e hijas de la tierra barloventeña en las líneas de Juan Sojo. El autor describe como en estas celebraciones las mujeres se destacan por vestir con vivos colores y llamativos adornos, cintas y flores en el pelo y en el pecho, “engalanadas con sus tricotinas y zarazas” (p. 87), “estrenan fustanzones rojos, azules y floreados” (p. 217). De acuerdo a los estudios de Acosta Saignes (2014), el uso de colores fuertes como rasgo de preferencia en estas zonas, tiene herencia africana, “la preferencia por los colores muy vivos, especialmenteel rojo, que adorna los vestidos, sobre todo en la época de lasfestividades de San Juan” (p. 181).
     En la novela se destacan otras ceremonias y festejos como el velorio a San Pascual Bailón, las fiestas de la Semana Mayor, los bautismos y matrimonios, el mampulorio (el velorio de muertico), los velorios de mayo, los cantos de jolgorio, donde la música y el erotismo se funden en un canto para la libertad;
el furruco gemebundo, en pleno orgasmo, se crecía de nuevo al llamado de la compañera, la tambora cloqueante e insaciable retumbaba violentando el sacudimiento de las mujeres, despertando en los hombres el deseo que se le colgaba de la bemba como a ellas de los senos y el sexo (p. 89).
     Juan Sojo describe como el canto de la fulía, el repique del tambor mina y la fuerza del culo é puya, alegraban, daban fuerza y cohesión espiritual a estas manifestaciones. Tomando en cuenta lo que afirma García (1992): “la música, al igual que la religión, ocupó un lugar espiritual que permitió a los africanos y sus descendientes refugiarse para reforzar su esencia étnica” (p. 7) y la posibilidad de reconstrucción de su mundo cosmogónico en conexión con su ancestralidad o ruta de origen.
     De acuerdo a estudios comparativos de instrumentos musicales y estructuras rítmicas de Jesús “Chucho” García y Juan Liscano se ha trazado una línea de origen de los tambores culo é puya de Curiepe con algunas etnias de la República Popular del Congo, considerando las variaciones rítmicas originarias, pero con la conservación de la matriz sonora y la morfología. Según investigaciones de García (1990):
En nuestro recorrido por la República Popular del Congo conseguimos entre la etnia Bambamba, ubicada en la región de Lekuamo, tres tambores idénticos, en su construcción, a los tres tambores culo é puya, existentes en curiepe, los cuales reciben el nombre de prima, cruza´o y puja´o. Entre los Bambamba reciben el nombre de sensengoma, nguanngoma y mwanangoma, es decir, tambor madre, tambor padre y tambor hijo. Su estructura morfológica es similar. Tres tambores forrados en ambos extremos por dos membranas, prensados por guarales o mecates (p. 81).
     Por otro lado, un elemento de interés en la narración de la novela, es el uso del tabaco por las mujeres en las faenas de trabajo, para las curaciones, rituales y durante las festividades; “fuman con la candela para adentro, y el peso continuo sobre la cabeza engrosa sus cuellos, levanta sus hombros y robustece sus piernas bien formadas” (p. 56). Acosta Saignes (2014), afirma que la práctica de fumar “con la candela pá dentro” es propio de las comunidades con descendientes de africanos y africanas,“el fumar, se tomó por los negros” (p. 164).
     La Nochebuena Negra de San Juan atesora las supervivencias africanas en la música, los bailes y ceremonias diversas, ya que hace un permanente llamado al ancestro para encender su cuerpo y espíritu con perfume de música, ritos y ceremonias que cosecharán la “cruz del cristo negro”.
     Como expresa Acosta Saignes “el mundo de esas comunidades que celebran a San Juan o a San Benito, está lleno todavía de encantos, culebras que son madres del agua, tesoros escondidos, deidades acuáticas y terrores a los eclipses, que tienen raíz africana” (p. 182)

V.                Algunas Reflexiones Finales
     La diáspora africana, se constituye como un entramado de elementos que unifica la vida y existencia desde la afinidad colectiva del conocimiento ancestral afrodescendiente para conformar comunidad y pueblo como horizonte de descolonización cultural y liberación política, donde la relación con el territorio y la naturaleza aflora una manera específica del saber ancestral afro que se disemina en la vida cotidiana, en las prácticas curativas, expresiones religiosas, cosmovisión, pensamiento mítico y mágico dando características a una identidad étnico cultural que es testimonio del compromiso ancestral con el África en las tierras del Abya Yala y El Caribe.
     El arraigo al territorio constituye un legado heredado del África para la prolongación de la vida y existencia para afianzar el conocimiento ancestral, el desarrollo espiritual y expresión de la identidad resguardado en los sabios ancestrales (parteras, curanderos, rezanderos, sobanderos…) que en armonía con la naturaleza forman comunidad como espacio vital para que germinen las fuerzas espirituales, divinas y humanas de la cultura afrodescendiente, que en territorio venezolano se conforma como identidad cultural  afrovenezolana.
     La Afrovenezolanidad nace en reconocimiento de la historia, filosofía y espiritualidad de la diáspora africana en la cultura venezolana, como lo expresa el investigador Esteban Emilio Mosonyi (1982): “muchos elementos afrovenezolanos persisten, pero muy a pesar de la voluntad de la clase dominante” (p. 70).
     Nuestro país es el resultado de lo español, indígena y el fundamental aporte de las y los africanos. Por tanto, como lo afirma Acosta Saignes (2014): “La primordial labor del venezolano es entender cómo se fusionaron a cada paso, en cada hora de la historia, elementos de varia procedencia, para dar las fisonomías nacionales” (p. 189).
     Me atrevo a dar término a estas consideraciones y a este trabajo con una narración extraordinaria de la novela, que devela el arraigo cultural con la huella espiritual africana y la tierra que amamantó su resistencia para el abrazo de la identidad resignificada y recreada en el umbral del recuerdo de los cacaotales barloventeño, tierra de los “desheredados” en búsqueda del “complejo ancestral”:
La fulía en la boca de las mujeres, el mina, el carángano, el cuatro y la “grande” no dejarán de cantar, como no dejan de correr y cantar el río y los pájaros. Y aún sobrará tiempo para darle el último beso a la tierra… (p. 230).

Referencias Bibliográficas
Acosta, M. (2014). Estudios para la formación de nuestra identidad. Caracas: El perro y la rana.
Antón, J. El conocimiento ancestral desde una perspectiva afrodescendiente. Disponible http://www.academia.edu/8997927/El_conocimiento_ancestral_afrodescendiente. Consultado el 10 de Junio 2018.
Díaz-Polanco, H. (2016). El jardín de las identidades: La comunidad y el poder. Caracas: Editorial El Perro y la Rana.
Fernández, M. (2012). A la Sombra del Árbol Tutelar. Cuba: Editorial de Ciencias Sociales.
García, J. (1990). África en Venezuela: Pieza de Indias. Caracas: Cuadernos Lagoven.
García, J. (1992). Afroamericano Soy: La Diáspora del Retorno. Venezuela: Ediciones Los Heraldos Negros.
Mosonyi, E. (1982). Identidad Nacional y Culturas Populares. Caracas: Editorial La Enseñanza Viva. 
Sojo, J. (2017). Nochebuena Negra. Caracas: Monte Ávila Editores Latinoamericana.
Pollak-Eltz, A. (2000). La Esclavitud en Venezuela: un estudio histórico-cultural. Caracas: Universidad Católica Andrés Bello.
Vargas-Arenas, I y Mario Sanoja (2013). Historia, Identidad y Poder. Caracas: Editorial Galac.

Comentarios

  1. Invito a todos a dedicar tiempo a la buena lectura para educarse, formarse y conocer, aunque seseacerca resentap como trabajo y proyecto de investigacion yo lo tomo como un valioso texto, que necesario saber acerca de este tema de nuestra afrodecendencia, que importante la cultura del mestizaje, como siempre excelente trabajo gracias por tu valioso aporte

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