Héctor Torres Casado
Dirección de Docencia e Investigación
Correo-e: htcasado@gmail.com
Arquitecto egresado de la Universidad Central de
Venezuela en 1989. En la gestión pública, se desempeñó como Presidente del
Instituto del Patrimonio Cultural entre 2010 y 2011, fue Viceministro de
Planificación del Sistema Nacional de Vivienda y Hábitat entre 2008 y 2009, fue
Viceministro de Obras y Proyectos Turísticos entre 2012 y 2013. En la academia
es profesor de Diseño Arquitectónico en la Universidad Central de Venezuela desde
2001. Actualmente es Profesor-Investigador de la Fundación Escuela Venezolana
de Planificación y cursante del Doctorado en Historia Insurgente (CNH-UNEARTE).
Resumen. El presente trabajo comprende
una breve reflexión sobre la consideración de la ciudad como tópico relacionado
con la construcción masiva de viviendas y la oportunidad postergada que constituye
la Gran Misión Vivienda Venezuela en ese sentido. Expone la limitación
subyacente que supone la legislación urbana vigente y un largo proceso de
alienación formal e instrumental de que ha sido objeto la sociedad venezolana,
como elementos que al no haber sido cuestionados abiertamente imponen su
inercia en nuestras actuaciones.
Aunque la construcción masiva de viviendas
en el marco de la Gran Misión Vivienda Venezuela es, sin duda, una gran
oportunidad para transformar las ciudades venezolanas, en realidad eso no ha
constituido un objetivo explícito de la misión. Al contrario, la Misión
Vivienda Venezuela se formuló como un modelo de gestión para la producción de viviendas, articulando
en cinco vértices (pueblo, terrenos, materiales, ejecutores y financiamiento)
los elementos necesarios para concentrarse en alcanzar la meta de 3.000.000 de
viviendas. En ese sentido, lo primero que debía demostrarse era el
funcionamiento del modelo de gestión, lo cual se hizo con la construcción en
cinco años de 1000.000 de viviendas (cifra alcanzada en diciembre de 2015).
Es en el proceso, que la necesidad de
vincular la producción masiva de viviendas a un sentido de lo urbano se ha
hecho presente y es por eso que la revisión de lo realizado hasta ahora cobra
importancia, siendo aun una tarea pendiente. No quiere decir sin embargo, que
en el tiempo transcurrido se haya omitido la mención de lo urbano, pero la
ejecución por múltiples actores, la voluntad puesta en darle solución
definitiva al problema de la vivienda en un tiempo ajustado y la necesidad de
demostrar que es posible, han postergado la tranquilidad necesaria para
reflexionar sobre esos temas.
Es desde la actuación fragmentada en los
órganos ejecutores que cada uno de ellos ha desarrollado sus aportes con su
propia visión. Hay quienes prefieren la construcción de urbanismos de periferia
y quienes optan por la inserción de conjuntos o edificaciones singulares en
parcelas urbanas dentro de las ciudades. En cuanto a la arquitectura, una gran
diversidad de modelos se ha construido. Se ha echado mano de todas las
posibilidades al alcance, generando un amplio espectro de ejemplos que
constituyen hoy un extenso material para su examen crítico. No podía ser de
otra manera, pues la gran deuda social acumulada ejercía una presión tal, que
la misión no podía detenerse a dilucidar todos sus tópicos relacionados: había
que obrar sobre la marcha.
Puede decirse que en lo formal, tanto a
nivel urbano como arquitectónico, independientemente de la calidad de algunas
arquitecturas y poquísimas excepciones de conjuntos sensibles, no se han
desarrollado planteamientos de ruptura que señalen un distanciamiento de la
ciudad que produjimos a lo largo del siglo XX. Al contrario, pareciéramos
prisioneros de las formas del capital que han modelado la ciudad contemporánea,
imponiendo un patrón uniformador que expresa sus razones y sus intereses.
Al respecto Francisco Sesto (1997) señala:
El tiempo actual va imponiendo, ciertamente, una serie de componentes
urbanos en el conjunto, que se conciben comunes para toda geografía y
circunstancia. Van surgiendo piezas que podrían intercambiarse de uno a otro
lugar, sin que ocurriese nada espectacular. Tecnologías, conceptos de redes y
servicios, e incluso elementos espaciales en muchos casos, van naciendo, no ya
de condiciones específicas, sino de un indetenible patrón uniformador (p. 31)1
Esa limitación, con la que hemos actuado
bajo el dominio de presupuestos formales que se aceptan sin cuestionar, tiene
su origen, creo, en dos fuentes: Una de carácter normativo y la otra que se
expresa como alienación formal. La primera, concerniente a la visión del
desarrollo urbano con fines prácticos y de rentabilidad económica presente en
nuestra legislación urbana, promueve la expansión de la huella urbana mediante
iniciativas fragmentadas tanto de carácter público como privado e impone la
edificación aislada en altura para los desarrollos de mas densidad y la
vivienda unifamiliar aislada para los desarrollos de menos densidad. También
impone la segregación de usos del suelo y, por las ventajas de rentabilidad de
algunas zonas de la ciudad sobre otras, impone la segregación social.
La segunda, que como consecuencia del largo
proceso de urbanización desarrollado durante el siglo XX en nuestras ciudades
más importantes, bajo la visión mencionada, perturbó nuestras preferencias
formales a favor de una especie de mezcla de los planteamientos de “La Ciudad
del Futuro” (Le Corbusier, 1924)2 con el ordenamiento por
zonificación importado de los Estados Unidos, hecho como un traje a la medida
para los fines rentables de grandes inversionistas, resultando en la alienación
que nos impide considerar actuaciones ejemplares del pasado, como la
reurbanización del silencio de Carlos Raúl Villanueva y la potencia de la
arquitectura de patio que estaba en nuestra
tradición constructiva, con su coherencia formal y su proclividad hacia
la mezcla de usos del suelo. Así, la actuación del estado, que ha resultado
irrefutablemente en la mejora de la calidad de vida de un millón doscientas mil
familias, sin embargo no señala aun un cambio de rumbo en cuanto a la necesidad
de revisar y replantearse la forma de la ciudad.
El prototipo, en sus distintas versiones,
como objeto inalterable derivado de modelos agotados, se impone a realidades
tan distintas sin constituir exploraciones que permitan visualizar nuevas
opciones. De ese modo, en las torres de apartamentos y la vivienda
estandarizada, aislada o pareada, se agota el discurso formal, no solo del
estado sino también del poder popular: ¡Las formas del capital han permeado
convirtiéndose en cultura formal!
Si la inserción de conjuntos de vivienda
social para los más necesitados en el corazón de las ciudades, en zonas de
“clase media” de donde siempre fueron
excluidos, abona a la ciudad igualitaria, sin embargo no son las fuerzas
sociales las que están ejerciendo el “derecho
a cambiar y reinventar la ciudad de acuerdo con (…) sus (…) deseos”, que según David Harvey (2014) es en lo que
consiste el derecho a la ciudad (P. 20)3. Por el contrario, aunque
con las mejores intenciones, las fuerzas sociales están siendo sustituidas por
el Estado, por la vía del prototipo y los urbanismos sin estructura parcelaria.
Incluso, cuando es el pueblo el que actúa como ejecutor directo, con la
auto-construcción organizada mediante los instrumentos del Poder Popular
previstos en nuestro sistema legal, es la alienación formal la que se
manifiesta en los urbanismos exclusivamente residenciales de casitas aisladas,
que reproducen sin alteración el modelo diseñado hace muchísimo tiempo en el
marco de programas de orientación higienista.
Una incipiente intención de explorar nuevos
modelos se manifestó en dos convocatorias a concurso de ideas. Sin embargo, fue
el ego de los arquitectos lo privilegiado con el reconocimiento de propuestas
formales a la moda, objetos de apariencias atractivas que solo sirven para la auto-masturbación
de sus autores y sus portafolios, pero que nada tienen que ver con la vida de
la gente. Los prototipos construidos fueron parcialmente desmontados por los
beneficiarios quienes no reconocieron en ellos sus formas de vida. Entonces no
puede dejar de señalarse la advertencia de Maurice Cerasi (1990):
Operaciones de este tipo, más que utópicas, son abstractas y cuando
producen una disposición espacial nueva pero demasiado definida en todas sus
articulaciones, pueden incluso constituir una inhibición del trabajo común de
las fuerzas sociales, (…) Son las fuerzas sociales (ciertamente estimuladas por
el trabajo cultural) y no los técnicos los que pueden desarrollar nuevos
modelos (p. 29, 30)4
Para finalizar, es
importante resaltar, sin embargo, que la cantidad enorme de viviendas alcanzada
hasta hoy (2.700.000 viviendas) se ha construido fuera de las lógicas de
circulación y acumulación del capital, razón por la cual, se han producido
liberadas de los riesgos de financiarización mediante la titularización de
hipotecas y otros mecanismos de desposesión,
que han sometido a los pobres al desalojo de sus hogares en otras
latitudes.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
1-Francisco Sesto.
(1997) La ciudad del legislador, preámbulo “la idea de ciudad” (trabajo de
ascenso). Universidad Central de Venezuela, Facultad de Arquitectura y
Urbanismo.
2-Le Corbusier
(1924). La Ciudad del Futuro. Ediciones Infinito, Buenos Aires 1962.
3-Harvey David
(2012). Ciudades rebeldes, del derecho a la ciudad a la revolución urbana.
Ediciones Akal, S.A.
4-Cesari Maurice. (1990). El espacio colectivo
de la ciudad. Barcelona, España: oikos-tau, S.A
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