Mario Sanoja Obediente Iraida
Vargas-Arenas.
Profesores de la Escuela Venezolana
de Planificación.
Una lección histórica que la
oligarquía estadounidense pareciera no querer recordar cuando se trata de Venezuela, es que el
colapso de los imperios comienza por el
de sus relaciones de poder con su periferia. Ningún imperio conocido hasta el
presente ha logrado sobrevivir en esas condiciones, ya que el derrumbe de la
dominación de la periferia indica que el centro del imperio ya ha comenzado a
desagregarse.
Las falacias de la guerra mediática no han podido ocultar la debilidad manifiesta del imperio
estadounidense en el área energética, de la cual depende su vida. Las reservas
petroleras más cercanas que le permitirían conservar su hegemonía política y
comercial sobre todo el mundo, ya no
se encuentran en Texas, ni en el golfo de México ni en Alaska ni en Oklahoma.
Se encuentran en el golfo de Paria, en el golfo de Venezuela, en el lago de
Maracaibo, en la faja petrolífera del Orinoco, sin mencionar la posible extensa
reserva que podría existir en el piedemonte andino que va desde el estado Lara
hasta el estado Apure. La única contrariedad
es que ellas pertenecen a un pequeño país llamado Venezuela, a un bravo pueblo
que hoy se siente dueño finalmente de su riqueza petrolera, gasífera y aurífera
y de su destino gracias a un gobierno bolivariano que invierte sus ganancias en
el desarrollo social, económico y cultural de los venezolanos/as y coopera con los pueblos caribeños y
suramericanos para aliviar sus crisis energéticas.
No es coincidencia que en 2002 el sabotaje y el golpe petrolero de los
ex-meritócratas de la vieja PDVSA coincidiese con la invasión de Irak por parte
de Estados Unidos e Inglaterra, con el apoyo de la España de Aznar. El objetivo era, como dicen los jugadores de
dado corrido, buscar un topo a todo donde el ganador se queda con todas las
apuestas que están en la mesa. Pero quizás, felizmente, el Presidente Chávez
habría dicho como el poeta llanero Luis Ernesto Rodríguez, cual si fuera La
Patria: ”… voy jugando a Rosalinda, y el
dado en la noche linda me devolvió mis corotos…”
El hecho de perder a Venezuela con
la Revolución Bolivariana y al mismo tiempo no ganar ni la guerra de Irak, ni
la de Afghanistan ni la de Siria, ha
marcado el inicio del declive del imperio. En los actuales momentos, la
posibilidad de invadir a Irán, el otro coloso petrolero mundial y triunfar en
breve plazo, ya no es militarmente posible. En Irak, donde la influencia de
Irán ya es manifiesta, el control del
gobierno por parte de los gringos es muy incierto. En Siria, el pueblo sirio mártir, con la ayuda de Rusia e Irán,
ha derrotado los designios imperiales. Los supertanqueros que llevan el
petróleo extraído de Arabia Saudita y los otros emiratos del Golfo Pérsico,
están a merced de las baterías de misiles tierra-mar instalados por el ejercito iraní a lo largo
de su costa sobre el golfo. Finalmente,
China, Rusia y la India surgen. dentro
de la comunidad económica euroasiática, como las superpotencias económicas y
tecnológicas del siglo XXI, con el poder para controlar y absorber la mayor
parte de la producción petrolera mundial por lo que resta del siglo.
En estas condiciones geopolíticas ha ocurrido lo que el imperio siempre
quiso ocultar: Venezuela, que es La Joya de la Corona del
imperio estadounidense, que nuestra patria se ha convertido, con la Revolución
Bolivariana en un punto neurálgico para el sistema capitalista
y, al mismo tiempo, en el salvavidas del american
way of life.
La mortal receta neoliberal aplicada a países suramericanos menos
desarrollados como Argentina, Brasil,
Chile, Perú, Colombia, y ahora al
Ecuador, ha producido un increíble empobrecimiento de la población de dichos
países y la pérdida de todos los activos que hubiesen servido como garantía
para un desarrollo endógeno independiente del imperialismo estadounidense y del
Fondo Monetario Internacional.
En
Estados Unidos, el desmantelamiento de los servicios de salud y
seguridad social y el nivel de pobreza generalizada producido por la vuelta de
tuerca neoliberal que se aplicó desde la era de las mafias de los Reagan y los
Bush al pueblo de dicho país, nunca se habría revelado tan crudamente como
en la actualidad.
Como dijo en una ocasión el Presidente Fidel Castro: “...cuando estalle la burbuja del
neoliberalismo, Estados Unidos y el resto de los ocho países desarrollados se
verán en un gran aprieto”. La privatización en Estados Unidos de los
servicios sociales, incluyendo el servicio militar, demuestra que la mano del mercado si bien
sirve para enriquecer a una minoría, no tiene ninguna capacidad de respuesta
frente a las grandes emergencias. El Estado, o lo queda de él, se ve obligado a
negociar contratos con las compañías privadas que deben hacer las
intervenciones humanitarias, lo cual, como vemos, conduce a un caos
generalizado que afecta la vida de las poblaciones empobrecidas de negras y
negros, de inmigrantes, de blancas y blancos, que sobreviven todos con salarios
de miseria, sin salud, sin seguridad social y sin posibilidad alguna de escapar
del ciclo inexorable de la pobreza.
Estados Unidos está prisionero de una serie de situaciones dilemáticas:
se halla empantanado en el Oriente Medio y en Afghanistán, si se quedan no
podrán salir jamás, si se van no podrán retornarán nunca.
En el corto plazo, la lógica indicaría que debería negociar con la
Venezuela Bolivariana una salida política. Pero la soberbia y la ceguera
proverbial de la clase política estadounidense, donde se incrusta el
neofascismo de Trump, impedirán que se negocie con un ser que ellos consideran
inferior, como nuestro Presidente
Maduro. La lógica del fascismo, desde los tiempos inefables de Herr Adolfo
Hitler, aconsejaba asesinar a los seres que ellos consideraban para la época
como sub-humanos, untermenschen: judíos,
eslavos, gitanos, negros, discapacitados, enfermos mentales, etc. La matriz de
opinión creada por la llamada oposición venezolana, particularmente el sector
de Primero Justicia que maquina Julio Borges, trata de presentar a los
venezolanos como una plaga y considerar al Presidente Maduro como un dictador. Ello le ha hecho el juego a
los intentos para asesinarlo comandados
por lacayos fascistas como Santos, Duque, Moreno y Piñera, y de payasos como el
mismo Julio Borges y Juan “White Dog” entre otros.
La tesis de los imperialistas estadounidenses, cubano- americanos y
venezolano-americanos incluidos, es que asesinando a Maduro como hicieron con
Chávez, se acaba todo el proceso bolivariano, abriendo el camino para que las
mascotas del imperio que habitan en Acción Democrática, Proyecto Venezuela,
Primero Justicia, Causa R y toda la calaña golpista de la derecha, le entreguen
nuestro petróleo, nuestro gas y nuestro oro recibiendo a cambio la posibilidad
de lamer la mano del amo y obtener jugosas comisiones en dólares por su
fidelidad -como ya ocurrió con el robo de CITGO- luego, eso sí, de pagar
puntualmente los correspondientes impuestos federales al fisco estadounidense.
Tal tesis simplista obvia un hecho fundamental para el análisis
dialéctico de la situación: el legado del Presidente Chávez que lleva adelante
el Presidente Maduro, representa para los pueblos oprimidos de América Latina
la esperanza de que es posible lograr los cambios sociales para salir de la
pobreza, desarrollando la democracia participativa. El intento de asesinar al
Presidente Maduro y ahora el asalto del FMI al pueblo ecuatoriano
insumiso, prueban que el imperialismo
nunca permitirá que por las buenas o por la vía democrática se logre erradicar
la pobreza. El asesinato de Salvador Allende es una demostración palpable ¿Cuál
sería la única esperanza de los pueblos excluidos? la revolución violenta. La
guerra de Vietnam y luego las de Irak, Afghanistán y Siria han mostrado que
Estados Unidos, con todo su enorme arsenal militar, no es capaz de ganar
guerras asimétricas. Asesinar al Presidente Maduro no resolvería el dilema del
imperialismo.
Los secuaces de la mafia de Trump
nunca podrán tomar el poder en Venezuela a menos que Estados Unidos lance una
invasión militar. Pero no podría hacerlo mientras el ejército colombiano, su
principal aliado para invadir a Venezuela, a pesar de los acuerdos de paz siga
empantanado en los rezagos de la guerra interna, proceso que puede tomar meses si no años.
Embarcarse en una acción suicida contra Venezuela en las presentes
condiciones, no garantiza a Estados Unidos que el petróleo barato comience a
fluir libremente hacia su territorio 72 horas luego de haber atacado. Es muy
posible que la guerra convencional dure no más de unas semanas, pero la guerra
asimétrica, la guerra de resistencia al bloqueo económico y financiero
puede tomar largo tiempo, cerrando definitivamente la posibilidad de
apoderarse en el corto plazo del
petróleo barato, del gas, del oro y sobre todo de la gasolina barata.
Las refinerías y los campos petroleros venezolanos serían las primeras
víctimas de un conflicto cuyo fin ni los
más osados meritócratas de la vieja PDVSA habrían podido imaginar ¿Qué pasará
con Cuba, Colombia, Brasil, Ecuador y Argentina? ¿Se acomodarían China, la
India y Rusia a una renovada hegemonía mundial de Estados Unidos? ¿Cuál sería
la reacción de Irán?
Estados Unidos está tratando de transformar las Naciones Unidas en una
especie de Santa Alianza actualizada, a los fines de poder perseguir, con el
apoyo legal y material de sus aliados occidentales, a los Estados petroleros
que ellos denominan delincuentes porque no siguen sus mandatos con docilidad y
–sobre todo- porque no les quieren entregar combustible barato. Pero esta vía
es difícil, ya que potencias emergentes
como China, Rusia y la India que casi
tienen en sus manos el control de la economía mundial, es posible que
veten cualquier resolución que perjudique sus propios proyectos políticos.
El proyecto de asesinar a Maduro, de invadir y asfixiar económicamente a Venezuela, no es
imposible de llevar a cabo técnicamente, pero es muy difícil realizarlo con éxito. El riesgo de producir
una conflagración mundial que se llevaría por delante al sistema capitalista,
es muy evidente. La razón aconsejaría a la banda de espíritus supremáticos que
gobiernan actualmente a Estados Unidos, reconocer que, por esta vez, no llevan
consigo todas las de ganar. Para evitar
un colapso similar al de la Unión Soviética, que podría degenerar en un Gottdamerung, en un Ocaso de los Dioses
más terrible que el cantado por Wagner,
sería conveniente negociar, como gente sensata, con los que tienen en sus manos la
posibilidad real de resolver la encrucijada histórica en la que nos hallamos
embarcados todos los pueblos del mundo.
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