José Gregorio Linares: Profesor de la Universidad Bolivariana de Venezuela, Profesor Investigador de la Escuela Venezolana de Planificación.
Son tiempos de insurrección y resurrección en todo el hemisferio. Un fantasma recorre América Latina: es el fantasma de Simón Rodríguez. Ha resucitado y emerge de entre las catacumbas de la historia y hoy está presente en las luchas por la justicia social que impulsan los pueblos suramericanos. Desanda nuevamente los caminos que recorrió en vida. Otra vez se rebela contra el sistema de opresión y de nuevo nos señala el camino hacia la victoria que han de seguir las naciones en rebelión. Las que de nuevo desafían con gran coraje a las élites y a los imperios en este alborear del siglo XXI.
Son tiempos de insurrección y resurrección en todo el hemisferio. Un fantasma recorre América Latina: es el fantasma de Simón Rodríguez. Ha resucitado y emerge de entre las catacumbas de la historia y hoy está presente en las luchas por la justicia social que impulsan los pueblos suramericanos. Desanda nuevamente los caminos que recorrió en vida. Otra vez se rebela contra el sistema de opresión y de nuevo nos señala el camino hacia la victoria que han de seguir las naciones en rebelión. Las que de nuevo desafían con gran coraje a las élites y a los imperios en este alborear del siglo XXI.
Rodríguez vivió veintisiete años en
Caracas, en la Venezuela colonial. Desde
su nacimiento el 28 de octubre de 1869 cuando sobrevivió a la fría noche en que
fue abandonado frente a la casa de Rosalía Rodríguez, hasta la edad de 27 años
(1796) cuando tuvo que salir intempestivamente de Venezuela para salvar su
vida, a raíz de que ya las autoridades españolas sospechaban de la existencia
de un movimiento anticolonial y emancipador (la conspiración de Manuel Gual, José
María España, Juan Bautista Picornell e Isabel Gómez) en la que tuvo
participación activa.
Simón Rodríguez desde muy joven asumió
que la compasión ante el sufrimiento del otro y la solidaridad es la base de la
vida plenamente humana y de la verdadera política; por tanto “es
menester ser muy sensible para convertir el mal ajeno en propio y compadecer en lugar de lastimarse solamente”. Para él nada justifica la indolencia
frente a las injusticias: “la insensibilidad es ignorancia de sentimientos” afirmaba.
Por eso se puso del lado de los que
sufren: los esclavizados, los indígenas, los pardos, los pobres, los
explotados, los niños y niñas, y los expósitos. Por eso se incorporó a los
planes de rebelión de Gual y España donde participaron albañiles, zapateros,
sastres, herreros; muchos sargentos, cabos y soldados, quienes exigían: la
igualdad natural entre todos los habitantes, la abolición del pago de tributos
indígenas, la repartición de tierras entre éstos y la abolición de la
esclavitud. Por eso entonó con orgullo “La Canción Americana”, cuyo estribillo
decía: "Viva tan solo el Pueblo/ el Pueblo Soberano. /Mueran los opresores,
/ Mueran sus partidarios”.
Por eso tiene que huir de Venezuela. Las
autoridades coloniales sospechan de él. Su vida corre peligro. Así que se
marcha hacia Jamaica (Kingston), centro de rebeliones cimarronas que forman
parte del huracán antiesclavista cuyo epicentro era Haití. Allí vive apenas un
año, en 1797, porque no era un sitio seguro para los subversivos del continente
hispanoamericano. El espionaje español tiene las manos largas y a las islas del
Caribe llega su asechanza. Por tanto Simón Rodríguez redobla las medidas de
seguridad y cambia su nombre por el de Samuel Robinson, conservando las
iniciales para no perder los rastros de su identidad. Pero debe estar alerta,
un pequeño descuido puede significar la muerte: a Manuel Gual lo envenenará en Trinidad
un espía al servicio de España, quien logró hacerse pasar por amigo.
Rodríguez entonces se marcha lejos, a
Estados Unidos, nación que recientemente había alcanzado su independencia de
Gran Bretaña y que enarbolaba las ideas republicanas, contrarias supuestamente
a la monarquía y al colonialismo. Allí trabaja en Baltimore en una imprenta
donde aprende el oficio de impresor. Cree haber llegado a la meca de la
civilización y la justicia, pero de inmediato experimenta una gran decepción.
Allí “los angloamericanos han dejado en su nuevo edificio un trozo del viejo,
sin duda para contrastar, sin duda para presentar la rareza de un hombre
mostrando con una mano a los reyes el gorro de la libertad, y con la otra, levantando un
garrote sobre un negro que tiene arrodillado
a los pies”. La injusticia le enerva.
En consecuencia, decide irse a Europa.
Son los tiempos de la ilustración y la Revolución industrial. En el viejo continente vive alrededor de 23 años
(1800-1823), en diferentes países (Italia, Alemania, Prusia, Polonia, Rusia, Gran
Bretaña) donde ejerce diferentes oficios, desde traductor de novelas y fabricante
de velas y jabones, hasta maestro de escuela y científico experimental. Por los
libros tenía noticias del lado idílico de la Europa capitalista, ahora le toca
conocer el lado oscuro del corazón del Viejo Mundo: “No se alegue la sabiduría de Europa- afirma- porque, arrollando ese
brillante velo que la cubre, aparecerá el horroroso cuadro de su miseria y de
sus vicios – resaltando en un fondo de ignorancia”. Frente a esto se subleva y decide
“concurrir
a juntas secretas de carácter socialista.”
En fin, encuentra
que las élites de las naciones que
llaman civilizadas sufren de una penosa dolencia: “La enfermedad del siglo es una
sed insaciable de riqueza”, afirma. De EEUU y Europa declara. “Aquello es para
visto y...nada más”.
Vuelve a
Suramérica en 1823.
Recorre varias naciones: Colombia, Ecuador, Chile, Perú, Bolivia. Encuentra “unos pobres pueblos que
después de la independencia, han venido a ser menos libres que antes”.
Entonces
fraguó el plan de creación de una Nueva Sociedad, fundada en un proyecto político
original donde prevalece la justicia, la equidad, la libertad, la fraternidad y
la propiedad para las mayorías, cuyo lema es: “que cada uno vea en los intereses del prójimo los suyos
propios”. Dicho proyecto solo podía materializare en Nuestra América: “El
interés general está clamando por una Reforma y la América está llamada por las
circunstancias a emprenderla. La América no debe imitar servilmente sino ser
original”.
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Hoy Simón Rodríguez vuelve a Suramérica. Recorre
los mismos países donde estuvo. A cada uno le deja un mensaje ajustado e los
nuevos tiempos. Al llegar a Venezuela,
su patria, se emociona porque hoy como en su época, se encuentra con un pueblo
insurgente que se enfrenta a las potencias imperiales que nos acosan y a los
enemigos internos que nos adversan.
Insiste en que
en estos críticos momentos debemos
fortalecer la alianza gobierno–pueblo, único camino para garantizar las
conquistas sociales e impulsar el avance revolucionario: “Debemos emplear
medios TAN NUEVOS- afirma- como es NUEVA
la idea de ver por el bien de TODOS, donde la misión del Gobierno sea Cuidar de TODOS, sin excepción para
que…cuiden de sí MISMOS después, y cuiden de su GOBIERNO”.
Ante la escasa
producción en el país de bienes fundamentales para garantizar el bienestar del
pueblo y la independencia y la soberanía
nacional, nos exhorta. “Si quieren que la revolución política les traiga
verdaderos bienes, hagan una revolución
económica
y empiécenla por los campos; de ellos pasará a los talleres y diariamente
notarán mejoras que nunca conseguirán empezando por las ciudades. Venzan la repugnancia a asociarse para
emprender y el temor de aconsejarse para proceder. Formen sociedades económicas que establezcan escuelas de agricultura y maestranzas”.
No olviden, nos dice, que “La política es, en substancia, la teoría de
la economía: porque los hombres no se dejan gobernar sino por sus intereses – y
entre estos, el principal es el de la subsistencia, según las necesidades
verdaderas que sienten, según las facticias que se imponen por conveniencia, y
según las ficticias que suponen deben satisfacer”. No lo olviden, repite.
Le llama la atención la mediocridad y la felonía de quienes se oponen
al gobierno bolivariano. ”Sedientos de venganza se jactan de ser enemigos. Condenan
sus principios, le adivinan malas intenciones, le suscitan guerras en unas
partes, se las declaran y llevan a efecto en otras, trastornan, alborotan. Unos
toman el partido de callar, otros el de instigar sordamente, y los más
comprometidos salen a hacer, en países extraños, el papel de ilustres
desgraciados”.
Se indigna con
lo que ve en Chile. Un gobierno
indiferente ante las penalidades de su pueblo, que en vez de asistirlo lo
reprime salvajemente, como en los tiempos de Pinochet. Les conmina: “Todos
huyen de los POBRES, los desprecian y los maltratan”. Un gobierno que aplica la
siguiente máxima: “Levantar el palo para mandar y descargarlo para hacerse
obedecer”. Un gobierno que olvida que “las necesidades piden satisfacciones.
Las satisfacciones piden cosas que satisfagan. Y las cosas que han de
satisfacer piden medios de adquirirlas”.
Rodríguez destaca
que es un gobierno que se niega a dar acceso educativo a los pobres. Todo lo
contrario de lo que él pedía: “DÉNSEME MUCHACHOS
POBRES. Para hacer repúblicas es menester gente nueva; de
la que se llama decente lo más que se puede conseguir es que no ofenda”.
Pasa por Bolivia donde nuevamente ha triunfado
el pueblo. Y ello ocurre porque Evo Morales asume que se gobierna para “para
dar de comer al hambriento, para dar de vestir al desnudo, para dar posada al
peregrino, para dar remedio al enfermo y para distraer de sus penas al triste”.
Allí está la clave de su triunfo: se propone “hacer menos penosa la vida”. A lo largo de la revolución se ha formado una
conciencia de clase, que ha producido “un hombre que conoce sus derechos,
cumpliendo con sus deberes, sin que sea menester forzarlo ni engañarlo”.
En Perú aspira a que llegue al poder un
movimiento social dirigido por hombres de alta moralidad, que “no debe
confundirse con escrúpulos monásticos ni gazmoñería”, sino con un elevado
sentido de la ética como marco desde donde debe desarrollarse la política. Se
alarma de que allí reine la corrupción administrativa y, además, la xenofobia
contra los venezolanos, pueblo que garantizó su independencia en el siglo XIX. Se
olvidan los peruanos de que al llegar al Potosí en 1825 Bolívar declaró: “¡Cuánto
no debe ser nuestro gozo al ver tantos millones de hombres restituidos a sus
derechos por nuestra perseverancia y nuestro esfuerzo, de haber traído victorioso
el estandarte de la libertad desde las playas
ardientes del Orinoco”.
En Colombia, dice que la oligarquía
santandereana no entiende que el monopolio de su poder está en disputa, que “el
país no es, ni será jamás, propiedad de
una persona, de una familia, ni de una jerarquía, ante familias y
jerarquías que se creen dueñas no solo del suelo sino de sus habitantes”.
En Ecuador, le dice a Lenin Moreno. “Pensemos
en los indios”. Le indica que no es posible imponer una política económica que
lesiona al pueblo sin que éste se levante porque “Cuando una reforma se ha hecho
necesaria, y ha llegado el momento de efectuarse, nada la impide y todo la
sirve. Si las revoluciones se
hicieran amigablemente, el historiador no tendría que recordar desgracias: el
bien se obtiene por medios violentos, como el mal se hace por usurpación:
todavía no se conoce otro Soberano que la fuerza”.
Simón Rodríguez recorre Suramérica. En
sus tiempos fue derrotado por las oligarquías, que lo calumniaron y lo
acosaron. Hoy resucita. Y si en su época “lo enterraron sus coetáneos de limosna”,
ahora “vive entre nuestros contemporáneos con honores”. Es hora de oír sus
consejos y atender sus aportes para el análisis de la coyuntura. No olvidemos su
precepto: “Los hombres han venido al mundo a entreayudarse. Piense cada uno en
todos, para que todos piensen el él”. ¡RODRÍGUEZ VIVE!
Tenemos que sembrar no hay de otra si queremos ser libres
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