José Gregorio Linares: Profesor de la Universidad Bolivariana de Venezuela, Profesor Investigador de la Escuela Venezolana de Planificación.
La papa o patata como le dicen en otras partes, es un tubérculo de origen suramericano. Gracias a su introducción en el Viejo Mundo, los europeos pudieron vencer las hambrunas e impulsar el desarrollo de su economía. Al comienzo fueron reticentes a comerla: la llamaban “los testículos de la tierra” y la consideraban comida de cerdos. Algunos decían que las papas no deberían comerse porque su nombre no aparece en la Biblia; además, crecían bajo la tierra; por tanto eran el alimento de Satanás. Sin embargo, el hambre obligó a los europeos a abandonar sus prejuicios y a consumirla. En 1586 el cronista Diego Dávila recomendaba desde Suramérica: “Si en España las cultivasen a la manera de acá, sería gran remedio para los años de hambre”. La razón es que la planta crece en diferentes tipos de suelo, se cosecha rápidamente, es de fácil almacenamiento, tiene buen sabor, nutre y combina con todo. La papa evitó, así, que la población europea muriera de inanición.
En efecto, hasta que llegó la papa procedente de América las hambrunas asolaban la población europea. Traían consigo enfermedades, elevada criminalidad, muerte, inflación, estancamiento y rebeliones. En el siglo XIV el hambre se extendió por Europa. El espectro del hambre y su guadaña, la muerte, recorren una geografía de miseria y angustia. Pereció una tercera parte de la población. La situación fue tan dramática que “algunos padres tuvieron que abandonar a sus hijos, y muchos ancianos optaron por rechazar la comida, con la esperanza de que los más jóvenes pudieran sobrevivir. Según algunos cronistas se llegó a recurrir hasta al canibalismo”. En todas partes se oían las lamentaciones y el llanto. La hambruna trajo consecuencias colaterales: se resintió la autoridad de la Iglesia Católica que nada pudo contra el hambre a pesar del incienso y las oraciones; y lo mismo le ocurrió a los gobiernos al haber sido igualmente incapaces de dar de comer a su pueblo. Afortunadamente, de América llegó la papa.
En el futuro las hambrunas más importantes de Europa se darán ya no por la ausencia sino por la escasez de papa. Esto ocurrió entre 1845 y 1849 en Irlanda donde sus habitantes, sometidos al imperio británico que les impedía la adquisición de tierras y el consumo de trigo, hicieron de este tubérculo su alimento principal. Cuando, producto de un largo y crudo invierno se perdieron las cosechas, el pueblo pasó hambre. La escasez trajo, además de enfermedades y muertes, la migración forzosa de millones de habitantes. La gente prefería emigrar a pasar hambre.
Como hemos dicho, el hambre se calma con papa. Si no hay papa hay que conseguirla. De lo contrario el pueblo buscará la manera de obtenerla. Si encuentra obstáculos, se enfurece y se rebela. La rabia y el desencanto se generalizan y los resultados son irreversibles: Ya nada vuelve a ser como antes. La falta de papa arrecia las pasiones, acaba con la fe y tumba gobiernos. Como expresa un proverbio africano: “Los tambores de guerra son tambores de hambre”.
En fin, la papa es suramericana; nada explica, por tanto, que a ninguna nación nuestra le falte la papa. Su carencia o escasez produce hambre, miseria y rebelión. Por eso, a como dé lugar hay que garantizarle la papa al pueblo y combatir a los hambreadores y traficantes. No olvidemos que, como decía Albert Einstein: "Un estómago vacío, es un mal consejero".
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