Estrategias de dominio neocolonial detrás del concepto de seguridad alimentaria en Venezuela. Javier Nouel
Dr. Javier Nouel. Educador, naturópata, promotor cultural. Docente investigador de la FEVP. Responsable de la mesa de comunidad del Congreso Permanente de Medicinas Naturales y Terapias Complementarias. Tutor de la Comunidad Terapéutica de Aprendizaje de la Unidad de Terapias Complementarias del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas.
Resumen.- El artículo describe los procesos de dominio neocolonial que inician en el continente americano y en Venezuela después de la segunda guerra mundial, por parte de las potencias del Norte y las grandes corporaciones. En este período inicia un proceso sistemático y planificado de construcción de un sistema transnacional agroalimentario que sustituirán los sistemas locales tradicionales en todo el continente. En tal sentido, el derecho a la alimentación surge en el marco de la declaración universal de los derechos humanos, el cual fue construido por los vencedores de la segunda guerra, mientras que el concepto de seguridad alimentaria surge en la década de los 70, justo cuando comenzaba a posicionarse el modelo neoliberal. De esta manera, se construye un marco institucional heredero del colonialismo, que bajo el manto del concepto de seguridad alimentaria, justificaban la conquista de mercados, la implementación de modelos neoliberales, que destruyen las economías y sistemas agroalimentarios locales para su conquista. Finalmente, se plantea que gracias al movimiento Vía Campesina, al final del siglo XX se posiciona un concepto transformador: la soberanía alimentaria, con el cual se supera la visión neocolonial.
En el siglo XX, la tendencia colonialista de los europeos, que por siglos se había volcado a otros territorios como América, África, Asia y Oceanía, generó dos guerras internas. Alemania e Italia, aliados a los japoneses, procuraron conquistar el mundo entero en la Segunda Guerra, empezando por el mismo territorio europeo y asiático. Esta guerra volcó todo el conocimiento, las ciencias y los mayores avances del mundo occidental a la muerte, generando aberraciones como los campos de concentración de la Alemania Nazi.
Los países no europeos con mayor industrialización y producción excedentaria de alimentos se beneficiaron enormemente de la guerra, ya que, en el marco de la competencia por la conquista de mercados, naciones como Estados Unidos aumentaron su influencia.
La segunda guerra mundial tuvo una profunda influencia en la agricultura mundial. De acuerdo con publicaciones anteriores de El estado mundial de la agricultura y la alimentación, la producción agrícola mundial al final de la guerra era un 5 por ciento -un 15 por ciento en cifras per cápita- inferior a la de antes de la conflagración. No obstante, los efectos del conflicto mundial fueron muy distintos según las regiones (FAO, 2000: 108).
Esta situación de tragedia significó una gran oportunidad para el imperialismo estadounidense naciente:
En fuerte contraste, los suministros de alimentos fueron abundantes en algunos de los principales productores que habían quedado relativamente al margen del conflicto -Canadá, los Estados Unidos, Australia y Argentina. Como en la primera guerra mundial, estos países se convirtieron en abastecedores de alimentos para sus aliados y realizaron esfuerzos especiales por estimular la producción. De hecho, sobre todo en el caso de la agricultura de América del Norte, los años de la guerra fueron un período de expansión y prosperidad. La producción agrícola de esta región aumentó un tercio en comparación con los niveles de antes de la guerra, y las exportaciones netas de cereales subieron de aproximadamente 5 millones de toneladas en 1938 a un promedio anual de 17,5 millones de toneladas en 1946-1948. Las importaciones netas anuales de cereales en Europa subieron de 9,5 millones a 14 millones de toneladas durante el mismo período (ibídem).
Por estas y otras condiciones Estados Unidos se posicionó en el mundo como principal potencia económica y militar. En la reunión de Bretton Woods en 1944, se estableció el dólar como divisa internacional y se acordó la creación del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional bajo la tutela del gigante del norte. A partir de allí, la conquista de mercados por parte de transnacionales norteamericanas desplaza parcialmente a las europeas.
En 1945, también se fundó la Organización Mundial de la Alimentación y Agricultura (Fao por sus siglas en inglés) en Quebec, Canadá, siguiendo el compromiso asumido por líderes de 44 países convocados por el presidente norteamericano Franklin D. Roosevelt (1883-1945) que se habían reunido en Virginia Estados Unidos en 1943, para organizase con el fin de tratar el tema alimentario a escala planetaria.
Posteriormente se refunda la Sociedad de Naciones, que había tenido como fin- fallido por demás- evitar otra guerra como la llamada Primera Guerra Mundial. Es así que en 1945 se funda la Organización de las Naciones Unidas, Onu, en la ciudad de San Francisco de Estados Unidos. Posteriormente, esta organización realiza en 1948 la “Declaración Universal de los Derechos Humanos” con el fin de evitar que vuelvan a ocurrir atrocidades como las cometidas en Europa. Esta declaración establece en su artículo 25 que:
Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su familia, la salud y el bienestar, y en especial la alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia médica y los servicios sociales necesarios; tiene asimismo derecho a los seguros en caso de desempleo, enfermedad, invalidez, viudez, vejez u otros casos de pérdida de sus medios de subsistencia por circunstancias independientes de su voluntad.
Sin embargo, para Jean Ziegler, ex relator de la Fao, la Onu y la Declaración Universal de los Derechos Humanos, nacían con importantes limitaciones:
El primero concierne a la organización política del mundo en esa época: en la década de 1940, Las Naciones Unidas […] eran en su inmensa mayoría occidentales y blancas.
Al acabar la Segunda Guerra Mundial dos tercios del planeta vivían bajo el yugo colonial. Únicamente 43 naciones participaron en la sesión fundadora de las Naciones Unidas […]
Durante la Asamblea General de la ONU en París, el 10 de diciembre de 1948, que aceptó la Declaración Universal de los Derechos Humanos, únicamente estaban representadas, como dijimos, 64 naciones. (2012: 133).
En este marco, “La agricultura era un componente clave para el “desarrollo” – la extensión del modelo económico industrial de los países del Norte a los “países menos desarrollados del Sur” (Holt-Giménez, Patel, 2010: 47). Es decir que detrás de la visión civilizatoria del desarrollo impulsada por Estados Unidos, se escondió la continuidad de la visión de la Doctrina Monroe de “América para los Americanos”, es decir, para los Estadounidenses. El mito civilizatorio de occidente se transformaría una vez más, ahora con careta de derechos humanos, ocultando el rostro del neocolonialismo.
El surgimiento del desarrollismo y las políticas de blanqueamiento en Venezuela
Las visiones de desarrollo impulsadas en el contexto geopolítico internacional de buena parte del siglo XX estaban imbuidas en dos aspectos a resaltar: 1) las ideas del darwinismo social procedentes del imperio británico y 2) una ideología expansionista que se venía desarrollando en Estados Unidos y que cobró coherencia política con el famoso corolario Roosvelt y la política del “gran garrote” (Suárez, p. 41) y que ya Bolívar intuyó en el siglo XIX.
Por casi cincuenta años, en América Latina, Asia y África se ha predicado un peculiar evangelio con un fervor intenso: el “desarrollo”. Formulado inicialmente en Estados Unidos y Europa durante los años que siguieron al fin de la Segunda Guerra Mundial y ansiosamente aceptado y mejorado por las élites y gobernantes del Tercer Mundo a partir de entonces, el modelo del desarrollo desde sus inicios contenía una propuesta históricamente inusitada desde un punto de vista antropológico: la transformación total de las culturas y formaciones sociales de tres continentes de acuerdo con los dictados de las del llamado Primer Mundo. Se confiaba en que, casi que por fiat tecnológico y económico y gracias a algo llamado planificación, de la noche a la mañana milenarias y complejas culturas se convirtieran en clones de los racionales occidentales de los países considerados económicamente avanzados. (Escobar, 2007, p. 11).
En Venezuela, intelectuales como Arturo Uslar Pietri, absolutamente imbuidos en la visión positivista eurocéntrica, con la que se fundó la academia y se organizó el estado, fue portador de la visión colonialista del desarrollo; por ejemplo, Pietri aseguró que las culturas tradicionales eran un “obstáculo” para el desarrollo (Martín: 2005: 42). Así, en Venezuela, como en todos los estados de América del Sur, se estableció por décadas lo que se conoce como “políticas de blanqueamiento”, ya que se creyó que impulsando la migración de europeos que huían de las guerras en el siglo XX a las Américas, se “mejoraría la raza”, culturizando a los nativos, logrando el desarrollo que esas sociedades habían alcanzado.
En este escenario, lo alimentario fue parte esencial de esa visión de desarrollo heredada de la colonia. Poco a poco, el sistema agroalimentario manejado por la Corona Española, fue mutando y quedando en familias descendientes de los colonos, o migrantes traídos por políticas diseñadas por estos. Uno de los ideólogos de tales estrategias en Venezuela fue Eduardo Mendoza, descendiente del primer presidente de la República de Venezuela, el blanco criollo Cristóbal Mendoza, y familia de los fundadores del imperio de las empresas Polar. Eduardo Mendoza tuvo a su cargo ministerios como el de fomento y de agricultura. Este personaje fue el abuelo materno del político Leopoldo López y amigo cercano del abuelo de la política de derecha María Corina, Oscar Machado Zuloaga, quien también ejerció importantes cargos en la administración pública en el siglo XX, emparentado con el quiebre de la aerolínea Viasa en la década de los noventa y con la implementación de políticas neoliberales en el segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez.
Por otra parte los Mendoza son aliados históricos de los Rockefeller, dueños de la ya nombrada Standar Oil Company. Los Rockefeller fundaron los supermercados Cada en 1948, incorporando el tan cuestionado modelo de distribución y venta de los supermercados al estilo norteamericano en Venezuela. Para el siglo XXI, un grupo importante de organizaciones sociales luchan en contra del modelo de los hipermercados en Europa y Estados Unidos por ser coparticipes de la destrucción de sistemas agroalimentarios locales (Holt-Giménez y Patel, 2010: 19). Los magnates del norte también participaron en la fundación del Instituto Nacional de Nutrición en 1949 y de la Basic Economic Corporation, con la que se asesoraba y financiaba a empresas agroalimentarias.
Eduardo Mendoza fue fundador de Protinal, impulsor del modelo agroproductor depredador de la “revolución verde” importado desde los Estados Unidos. También participó en la generación de las políticas de “blanqueamiento” del siglo XX. En este sentido, el millonario aseguró en una entrevista antes de su muerte lo siguiente:
Aproveché mis vacaciones para trabajar en estancias y en el Instituto de Colonización de la Provincia de Buenos Aires. Esa pasantía me sirvió para convivir, durante dos veranos australes, con colonos europeos en la zona semitropical argentina, lo que me dio una experiencia invalorable (…) En 1946 (..) se creó, en el marco de naciones Unidas, el Instituto Internacional de Refugiados para fomentar las migraciones de los desplazados por la guerra. Esta novedad, sumada a las vivencias que yo había tenido en Argentina, me llevaron a presentar un proyecto a Betancourt para abrir las puertas de la inmigración” (Socorro, sin fecha).
Por su parte, los Machado Zuloaga, aliados históricos de los Mendoza, son descendientes directos de los dueños de la empresa Guipuzcuana, la primera empresa “transnacional” en Venezuela que, entre otras cosas, compraba esclavizados africanos como mercancía a Venezuela y monopolizaba la exportación de cacao. La idea de la superioridad europea, con un profundo tamiz de evolucionismo del darwinismo social, ha sido repetida hasta el cansancio en las escuelas católicas y universidades por profesores, intelectuales, libros, medios de comunicación, etc. Descendientes directos de estas grandes familias, los llamados "grandes cacaos", hacen vida en partidos radicales de derecha que han generado procesos de desestabilización de la Revolución Bolivariana al margen de la ley.
El filósofo Manuel Briceño Guerrero, plantea lo siguiente:
En cuanto a las culturas autóctonas […] se convino en que era necesario exterminarlas mediante la eliminación física por genocidio o mediante la eliminación racial por mestizaje o mediante la eliminación cultural por educación. Solo se discrepa con respecto a los medios.
En cuanto a los pardos se convino en que era necesario blanquearlos para lograr una europeización más rápida. ¿Cómo? Mediante la inmigración europea acelerada. La consigna era mejorar el soma.
[…] la inmigración nunca alcanzó las proporciones requeridas para cumplir el fin propuesto. Los inmigrantes que sí vinieron- por guerra, superpoblación o miseria en sus países de origen- contribuyeron a fortalecer las condiciones existentes porque les resultó fácil adquirir privilegios en una población primera y pasaron a engrosas los grupos dominantes o a constituir estratos profesionales, comerciantes, intelectuales y administradores imbuidos de sentimientos de superioridad, racial o aristocrática, aliados con las oligarquías, interesados sobre todo en instalarse favorablemente dentro del sistema social primero, no en cambiarlo (1996: 52-53).
En este sentido, el desarrollo de la agroindustria vino de la mano de sectores oligopólicos vinculados a oligarquías nacionales y extranjeros traídos en el marco de las políticas de blanqueamiento, que pactaron prontamente con empresas transnacionales y, en particular, después de la segunda guerra mundial, con las norteamericanas.
Los poderes transnacionales y las políticas sanitarias
Los Rockefeller ya habían impactado en diversas áreas del conocimiento como la salud, ya que desde sus fundaciones académicas, se desarrollaría en 1914 de la mano de Abraham Flexner, educador sionista, el modelo de salud alopático convencional y la teoría germinal, base de la industria farmacéutica.
La fundación del Instituto Nacional de Nutrición en Venezuela – en 1949- coincidió plenamente con las políticas internacionales norteamericanas, que se impusieron en todo el continente. De igual manera, en países como Colombia, el gobierno de los Estados Unidos direccionó las políticas alimentarias y nutricionales:
Los esfuerzos cooperativos de Colombia y Estados Unidos en el campo de la salud habían comenzado después de la segunda guerra mundial como parte de un proyecto general que implementó la higienización en América Latina. La cooperación se llevó a cabo mediante una acción integral entre el Ministerio de Salud Pública y el Instituto de Asuntos Interamericanos (Quevedo, E; Hernández, M; Miranda, N; Mariño, C; Cárdenas, H; Wiesner;1990:27-29-33-34).
En este período se consolidó un proceso de intervención norteamericana en la orientación de la toma de decisiones mediante la creación del Servicio Cooperativo Interamericano de Salud Pública (SCISP), que definía los lineamientos técnicos para enfrentar los principales problemas de salud del país y de América Latina; intervención facilitada por la actitud de los gobiernos liberales de la época, ante los Estados Unidos 1(3).
Las acciones en nutrición en el país se organizaron a partir del acuerdo, establecido en 1943, entre el Ministerio de Trabajo y Previsión Social (MTPS) y el Servicio Cooperativo Interamericano de Salud Pública (SCISP), el cual pretendía crear el Laboratorio de Estudios de Nutrición, como parte del Instituto Nacional de Higiene. Posteriormente la cooperación permitió el acuerdo realizado entre el Ministerio de Higiene y el SCISP en 1944, para asegurar la continuidad de los estudio en nutrición a través de una división especializada que más adelante, mediante la ley 44 de 1947 se transformaría en el Instituto Nacional de Nutrición (INN), extendiendo sus programas hasta el 30 de junio de 1963, período en el cual el SCISP finalizó sus operaciones en Colombia, después de veinte años de labor (Chacón, 2005).
Y llegó la Revolución Verde
En la década de los 50, fue fundada por migrantes canarios en Venezuela la empresa Agroisleña . Esta empresa, junto a la Protinal, fue responsable de la transformación de las culturas productivas de los campesinos venezolanos, en el marco de las políticas expansionistas del modelo de la revolución verde, es decir, de la utilización de agroquímicos desarrollados en países del norte, en particular Estados Unidos. Muchos de estos productos, fueron desarrollados con armas químicas utilizadas en las guerras impulsadas por las potencia occidentales, impactando enormemente los ecosistemas y la salud humana (Bath, Bracho y Freites 2005:13). En pocas décadas, Agroisleña se convirtió en un monopolio que manejaba hasta un 70% de los insumos agrícolas en el país.
Crisis de hambre y de justicia en el mundo: la Alianza para el Progreso y las reformas agrarias como estrategias de control bajo la careta de caridad
Para el año 1960, la Organización Mundial para la Agricultura y Alimentación (FAO por sus siglas en inglés), inicia una campaña de erradicación del hambre en el mundo. Sin embargo, entre 1972-1974 se genera otra crisis del capitalismo importante que deja en evidencia la vulnerabilidad de un importante porcentaje de la población que no puede acceder a los alimentos mínimos necesarios para tener una vida digna. Se calcula que para 1974, en el mundo había unas 500 millones de personas padeciendo hambre, a pesar de contar con importantes excedentes alimentarios.
En Venezuela, se llevó a cabo una reforma agraria, con el que se logra una importante redistribución de la tierra y algunos logros:
La reforma agraria de 1960, más allá del juicio general que merece, indudablemente contribuyó a que, entre 1960 y 1988, el PIB agrícola creciera a un ritmo mayor que el de la población, reduciendo, hasta cierto punto, los volúmenes de alimentos que, de otra manera, hubiera sido necesario importar. Sin embargo, cuando el gobierno de Carlos Andrés Pérez se sometió a los requerimientos del FMI en 1989, se hizo evidente hasta qué punto ese crecimiento se había producido gracias al apoyo del Estado. Los años 90, en general, eran de estancamiento de la producción agrícola, una reducción del área sembrada y más penurias para los campesinos (…) Como sabemos, las reformas agrarias se generalizaron en América Latina a comienzos de los años 60, básicamente por el temor provocado por la radicalización de la revolución cubana y por el aval proporcionado por el gobierno de Estados Unidos a través de la Alianza para el Progreso. (Parker, 2008: 121).
El periodista Fabricio Ojeda, expone en su texto célebre La Guerra del Pueblo (1966), lo siguiente:
Los hombres que han pasado por el Ministerio de Agricultura y Cría –instrumento funcional de la Reforma Agraria- han sido invariablemente representantes de las clases adversas a la Reforma Agraria integral y verdadera, pero aunque perteneciesen a las clases progresistas no podrían hacer nada distinto a lo que se ha hecho, debido a que la política agraria no es una parte independiente del complejo económico nacional. Ella forma en un todo, en un sistema, en una unidad indestructible, que comprende inseparablemente el conjunto de la actividad gubernamental en función del control del Poder político por parte de clases reaccionarias (Ojeda, 2011: 20).
En 1961 el presidente J.F. Kennedy de los Estados Unidos impulsa la Alianza para El Progreso, programa de desarrollo para el continente. Efectivamente, este programa respondía a la necesidad de frenar el avance de revoluciones como la liderada por Fidel Castro en Cuba, desde una mirada “amable” del neocolonialismo, así como lo hicieron las llamadas reformas agrarias. Por supuesto, esta ayuda económica trajo consigo la imposición de una mirada particular de desarrollo y la invasión por parte de grandes transnacionales norteamericanas.
En 1964, los Estados Unidos logró imponer desde la OEA una resolución que obligaba a todos los países miembros de esta organización a romper relaciones con Cuba, la cual sólo México no acató.
Es imprescindible recordar que la decisión “colectiva” de la OEA antes mencionada – con la anuencia de la Casa Blanca (incluido el presidente Jhon F. Kennedy) – por nuevos golpes de estado derechistas en Argentina (marzo de 1962), en Perú (julio de 1962), en Guatemala (marzo de 1963), en Ecuador (septiembre de 1963), en la República Dominicana (septiembre de 1963), en Honduras (octubre de 1963) y en Brasil (marzo de 1964). En este último país, fue derrocado el gobierno democrático de João Goulart, quien fue sustituido – con el descarado apoyo del ya Presidente Lyndon Jhonson y el Embajador norteamericano en Río de Janeiro, Lincoln Gordon-por el mariscal Humberto Castillo Branco. Este (…) inauguró la serie de “dictaduras de seguridad nacional” –o, más propiamente, de “seguridad imperial”- que se instalaron durante dos décadas en la vida política de ese país (Suárez, 2006: 280).
Y llegó el neoliberalismo con las dictaduras militares
El derrocamiento de Allende el 11 de septiembre de 1973 significó un hito histórico por varios motivos, en particular porque es con la dictadura de Augusto Pinochet que se aplicó sistemáticamente las políticas neoliberales por primera vez en país alguno. Según David Harvey, la única manera de establecer estas políticas era con una dictadura férrea como la de Pinochet (2011: 14).
A partir de este momento, la visión del modelo neoliberal diseñado por un grupo de intelectuales liderados por Milton Friedman, se impuso, y comenzó a cambiar el modelo capitalista neo colonial. En Gran Bretaña el neoliberalismo llega con la Primera Ministra Margaret Tacher entre 1979 y 1990, y en Estados Unidos con un actor de segunda hollywodense, Ronald Reagan, entre 1981 y 1989. A partir de este momento, la economía keynesiana que se había establecido desde la década de los 30, luego de la gran depresión, empieza a perder hegemonía. El estado, en el modelo keynesiano, era manejado por los intereses transnacionales, pero tenía un importante papel regulador del mercado. Con el neoliberalismo, el estado es reducido, para beneficio de las mismas entidades económicas.
Mientras que el keynesianismo impulsaba un estado regulador, el neoliberalismo le da todo el poder a las grandes transnacionales, en aras de un supuesto libre mercado. Sin embargo, si el 85% de la distribución alimentaria mundial está en manos de 10 empresas transnacionales, como asegura el ex relator de las Fao Jean Ziegler (Coutinho, 2013), la mano invisible del mercado que describió Adam Smith en 1776 en su obra La riqueza de las Naciones, es apenas un eufemismo que oculta el poder de los grandes capitales.
La seguridad alimentaria y la manipulación
La nueva visión hegemónica neoliberal tomó realmente importancia en el continente americano con la Ronda de Uruguay en el año 1986. Estas reuniones de alto nivel tenían como objetivo implementar medidas de desregularización de mercados y liberación de aranceles para el beneficio de las empresas transnacionales. Estas políticas generaron una gran desventaja para los productores locales al no poder competir contra enormes multinacionales que ofrecen productos a menores precios.
En todo caso, el acuerdo efectivamente sancionó y reforzó un profundo cambio que ya se estaba produciendo en el funcionamiento del sistema alimentario mundial, con nuevas reglas del juego y también nuevos actores (…) Basta decir que con la llamada “revolución verde” empezó a generalizarse el modelo industrial de producción de alimentos asentado en Estados Unidos: monoproductor, con insumos de maquinaria que exigían altos gastos en energía, con la aplicación permanente de fertilizantes y herbicidas químicos y, cada vez más, con la utilización de semillas genéticamente modificadas. Este modelo de producción agroalimentario fue promovido, impulsado y controlado por las grandes corporaciones transnacionales y exigía cambios en las condiciones del mercado alimentario mundial. Los países centrales, que ya habían cubierto sus requerimientos domésticos, se transformaron en exportadores de alimentos básicos, complementados por algunos países de la periferia que contaban con condiciones propicias para una rápida expansión del modelo de agricultura industrial, como Brasil y Argentina o la India. Esta producción masiva para la exportación exigía una liberalización del mercado mundial y, como sabemos, las instituciones financieras mundiales se encargaron de imponer la apertura de los mercados de países que necesitaban recurrir a ellas. Los ajustes estructurales de los años 80 y 90 exponían los sistemas nacionales de producción agroalimentaria a la competencia de importaciones subvencionadas, según las reglas del juego finalmente formalizadas en la Ronda de Uruguay (Parker, 2008: 124).
En tal sentido, el concepto de seguridad alimentaria que se había posicionado parecía omitir deliberadamente la procedencia del alimento, ya que, según la FAO, la seguridad alimentaria era solo un asunto de acceso.
Aunque para los países industrializados, en particular los Estados Unidos, victorioso en la guerra, el tema de la seguridad alimentaria siempre fue un tema de seguridad nacional y de soberanía, estas naciones habían convencido a la mayoría de actores involucrados que la seguridad alimentaria era un tema de acceso y no de producción, ya que convenía a sus intereses neocoloniales de conquista de mercados (Ibídem). Paralelamente, muchas organizaciones empiezan a problematizar el tema de la soberanía y generar la necesidad de construir un nuevo criterio de seguridad alimentaria.
Esta realidad colonialista detrás de la seguridad alimentaria y las ayudas humanitarias de los Estados Unidos, quedó perfectamente plasmada por el Secretario de Agricultura de los Estados Unidos en la Ronda de Uruguay en 1986 al afirmar que:
La idea de que los países en vías de desarrollo se deben alimentar a sí mismo es un anacronismo. Podrían garantizar su seguridad alimentaria de mejor manera contando con productos agrícolas de EUA, que están disponibles a costos mucho más bajos. (citado por Holt-Giménez y Patel, 2010:78)
Una vez más, detrás de la cara amable de políticas civilizadoras, se esconde la faceta neocolonial. La verdad es que para estos países, la seguridad alimentaria si era un tema de producción nacional y de política exterior de dominación; el objeto de esta manipulación, era la conquista de mercados y la imposición de la hegemonía capitalista norteamericana, detrás de su cara amable. Así mismo, se quería hacer ver que este excedente alimentario se producía por la superioridad de los sistemas del norte, los cuales debían de ser emulados por todos los pueblos del mundo, sin importar sus culturas tradicionales y potenciales ambientales.
Se ha presentado este auge de las exportaciones de los países desarrollados como si fuera el resultado de sus ventajas comparativas. Sin embargo, como decía Luis Llambí por esa misma época, los mercados internacionales son construidos y no naturales (1995, 28). En consecuencia, suponer que es el libre juego de las fuerzas del mercado el que debe determinar la asignación de recursos entre las actividades económicas, en particular en el sector estratégico y tan intervenido como el agroalimentario, no solo es ingenuo, sino también suicida (Parker, 2008: 3)
Desregulación de mercados para los colonizados y proteccionismo para las agriculturas de las potencias
El debate de la seguridad alimentaria se acrecentó año tras años, en la medida que las grandes empresas transnacionales acababan con los sistemas locales alimentarios y se apoderaban de los mercados, imponiendo reglas, leyes, normativas, financiando organismos nacionales e internacionales. Para esto, también utilizaron los medios de comunicación para posicionarse en cada rincón del continente, aliándose a élites nacionales, utilizando los gobiernos que imponían a través del consenso o la fuerza. Mientras que los gobiernos de las naciones del norte aseguraban que para que los pueblos del sur alcanzasen el desarrollo que ellos ostentaban debían desregular los mercados y acabar con los subsidios en particular de la agricultura, a lo interno de países como Estados Unidos, subsidiaban y resguardaban la producción alimentaria.
Las crisis que deja el neoliberalismo
En la década de los ochenta tres factores comienzan a generar un cambio en la visión sobre la seguridad alimentaria que se venía imponiendo desde las potencias del norte: la hambruna ocurrida en África entre 1984-1985; las consecuencias del nuevo modelo económico impuesto; y las nuevas visiones que surgían de sectores intelectuales en todo el mundo.
Las consecuencias del modelo neoliberal empezaron rápidamente a sentirse a escala planetaria.
El paquete de reformas neoliberales, que había sido implementado desde mediados de la década de los setenta en algunos países bajo dictaduras militares, se impuso como recetario general en el mundo en desarrollo y fue tomado con particular énfasis y ortodoxia por la mayor parte de los países de la región. Dicho de una manera simplificada, esas políticas produjeron altos niveles de concentración económica con una mayor inequidad en la distribución del ingreso y de los bienes y servicios (Minujín, 2010: 82).
Estos altos niveles de concentración económica, y las consecuencias ulteriores que han venido dejando en el marco del aumento de las desigualdades sociales, hacen concluir que el modelo neoliberal responde agresivamente al poder de las clases dominantes:
El golpe de estado de Chile y la toma del poder por los militares en Argentina, promovidos internamente por las clases altas con el apoyo de Estados Unidos, proporcionaba un amago de solución [a las crisis de acumulación de capital acaecidas en la década de los 70]. El posterior experimento con el neoliberalismo de Chile, demostró que bajo la privatización forzosa los beneficios de la reanimada acumulación de capital, presentaban un perfil tremendamente sesgado. Al país y a sus élites dominantes, junto a los inversores extranjeros, les fue extremadamente bien en las primeras etapas. En efecto, los efectos redistributivos y la creciente desigualdad social han sido rasgo tan persistente de la neoliberalización como para poder ser considerados un rasgo estructural de todo el proyecto. Gérard Duménil y Dominique Lévy, tras una cuidadosa reconstrucción de los datos existentes, han concluido que la neoliberalización fue desde su mismo comienzo un proyecto para lograr la restauración del poder de clase. Tras la implementación de las políticas neoliberales a finales de la década de 1970, en Estados Unidos, el porcentaje de la renta nacional en manos del 1 % más rico de la sociedad ascendió hasta alcanzar, a finales del siglo pasado, el 15 % (muy cerca del porcentaje registrado en el periodo anterior a la Segunda Guerra Mundial). El 0,1 % de los perceptores de las rentas más altas de éste país vio crecer su participación en la renta nacional del 2 % en 1978 a cerca del 6 % en 1999, mientras que la proporción entre la retribución media de los trabajadores y los sueldos percibidos por los altos directivos, pasó de mantener una proporción aproximada de 30 a 1 en 1970, a alcanzar una proporción de 500 a 1 en 2000 (Harvey, 2011:22).
El neoliberalismo prontamente se expande por todo el mundo, de la mano de catedráticos y de gobiernos que siguen ciegamente sus designios. Organizaciones internacionales como la OMS, el FMIy el BMI, entre otros, seguían sus recetas al pie de la letra.
Detrás de la OMC, el FMI, el Banco Mundial, el Gobierno de Washington y sus aliados tradicionales se perfilan, desde luego, las gigantescas sociedades transcontinentales privadas. El control creciente que estas sociedades transcontinentales ejercen sobre amplios sectores de la producción y del comercio alimentario tiene, sin duda, enormes repercusiones en el ejercicio del derecho a la alimentación (Ziegler, 2012: 143).
En pocas décadas, el modelo neoliberal se instaura como nuevo “sentido común” en los aspectos de políticas gubernamentales y económicas; primero en el marco de la Guerra Fría, y posteriormente con la caída del Bloque Soviético, que ofrecía una visión distinta al modelo capitalista occidental.
Esta fuerza hegemónica del pensamiento neoliberal, su capacidad de presentar su propia narrativa histórica como el conocimiento objetivo, científico y universal y a su visión de la sociedad moderna como la forma más avanzada –pero igualmente normal- de la experiencia humana, está sustentada en condiciones histórico culturales específicas. El neoliberalismo es un excepcional extracto, purificado y por ello despojado de tensiones y contradicciones, de tendencias y opciones civilizatorias que tienen una larga historia en la sociedad occidental. Esto le da la capacidad de constituirse en el sentido común de la sociedad moderna. La eficacia hegemónica actual de esta síntesis se sustenta en las tectónicas transformaciones en las relaciones de poder que se han producido en el mundo en las últimas décadas. La desaparición o derrota de las principales oposiciones políticas que ha enfrentado históricamente la sociedad liberal (el socialismo real, y las organizaciones y luchas populares anti-capitalistas en todas partes del mundo), así como la riqueza y el poderío militar sin rival de las sociedades industriales del Norte, contribuyen a la imagen de la sociedad liberal de mercado como la única opción posible, como el fin de la Historia. Sin embargo, la naturalización de la sociedad liberal como la forma más avanzada y normal de existencia humana no es una construcción reciente que pueda atribuirse al pensamiento neoliberal, ni a la actual coyuntura geopolítica, sino que por el contrario tiene una larga historia en el pensamiento social occidental de los últimos siglos (Lander, 2000: 12).
El neoliberalismo, es el resultado de los procesos de globalización iniciados con la colonización, dando continuidad a mucho de los mitos civilizatorios, antivalores colonialistas, pero con nuevos sectores hegemónicos.
Por su parte, el modelo neoliberal está caracterizado por:
Apertura de los mercados nacionales a la competencia de los productos importados desde las grandes potencias industriales, fenómeno que provocó la quiebra de millares de cooperativas, pequeñas y medianas empresas, y la destrucción de millares de puestos de trabajo.
La desregulación de la inversión extranjera, con lo cual se entregó la economía nacional a las grandes firmas transnacionales que desplazaron la inversión local, desnacionalizando así nuestras economías.
Privatización tanto de empresas públicas productoras de bienes como de las prestadoras de servicios públicos de agua, luz, teléfono, etc.; excluyendo de éstas a todos aquellos ciudadanos sin ingresos para cancelar las tarifas de los servicios básicos y esenciales para la sobrevivencia humana.
Desmantelamiento de la estructura del Estado nacional a través de la eliminación de medidas y mecanismos de supervisión y control de la economía; la fusión y liquidación de organismos e instituciones públicas; la descentralización y transferencia de competencias del Estado nacionales los gobiernos locales; todo esto acompañado de severas reducciones de las nóminas de empleados públicos y el consiguiente recrudecimiento de la pobreza, miseria y conflictividad social (Álvarez y Rodríguez, 2008: 38).
En América Latina, la pobreza aumentó del 40% en la década de los 70, al 46% de la década de los 90; de 119 millones de pobres, pasó a 185 millones, es decir, 76 millones ingresaron a las estadísticas de pobreza (Minujín, 2010: 83).
De hecho, pauperización, pobreza, derrota, muerte, subyugación multidimensional, desmantelamiento de las instituciones sociales, debilitamiento o eliminación de muchas instituciones estatales y la desorganización de las comunidades y las familias, se cuentan entre las consecuencias de la globocolonización para los países y las personas pobres, en vías de pauperización y pauperizables del mundo, mientras, las corporaciones transnacionales (CT), el Banco Mundial (BM), el Fondo Monetario Internacional (FMI) y, por supuesto, los Estados Unidos de América (EUA) y los demás países de la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE) obtienen una posición ventajosa (Selva, 2014: 72).
Con la imposición del modelo neoliberal, las desigualdades aumentaron dramáticamente en el continente Latinoamericano, “Para el año 2003, el decil más rico del ingreso recibía en promedio el 36% del ingreso de los hogares de América Latina (CEPAL, 2004b). Estas cifras son mayores en el caso de Brasil” (Minujin, 2010: 84).
Así mismo, ya para el siglo XXI, producto del modelo neoliberal, se generó una crisis alimentaria sin precedente:
Por otra parte, la crisis alimenticia no es reducible a una fluctuación pasajera de precios ni a escasez momentánea y episódica de alimentos, tampoco a una “tormenta perfecta”; lo documentable es que el mundo se encuentra ante efectos que fueron predecibles y que además son resultado directo de tres décadas de globalización neoliberal; período en el que los alimentos, al igual que muchas otras cosas esenciales para la vida humana, fueron convertidos en una mercancía expuesta a la especulación y al juego del mercado; lo cierto es que esta es la peor crisis alimentaria en cuarenta y cinco años, la cual sumió en el hambre a otros cien millones de personas y que detrás del hambre se encuentran los acuerdos de libre comercio y los infames acuerdos de préstamos de emergencia impuestos a los países por las instituciones financieras internacionales (Selva Sutter, 2010), más conocidos como ajustes estructurales. Nuestra opinión es que la crisis continúa (Selva, 2014: 87).
En Venezuela, a finales de la década de los noventa, casi 5 millones de venezolanos padecían hambre, es decir, alrededor del 21% de la población. La pobreza general giraba alrededor del 60% de la población y la pobreza extrema el 20%. Así mismo, se calcula que más de 1.200.000 niños estaban en desnutrición. Entre los años 1989 y 1998, más de 4 mil niños murieron por desnutrición. Era muy conocido el hecho de que en la década de los 90 se aumentó las ganancias de empresas como Protinal producto del aumento de la venta de comida para perros, que estaba siendo consumida por humanos, ante la imposibilidad de acceder a otros productos. (Referencia)
La Vía Campesina y la Soberanía Alimentaria: se posiciona una visión diferente
Para el año 1993, en el marco de las crisis generadas por el modelo neoliberal, se funda la organización social internacional Vía Campesina en Bélgica. A partir de allí, se comenzó a impulsar una visión distinta de lo alimentario, ejerciendo una importante influencia contra hegemónica en organismos internacionales.
La Vía Campesina es el movimiento internacional que agrupa a millones de campesinos y campesinas, pequeños y medianos productores, pueblos sin tierra, indígenas, migrantes y trabajadores agrícolas de todo el mundo. Defiende la agricultura sostenible a pequeña escala como un modo de promover la justicia social y la dignidad. Se opone firmemente a los agronegocios y las multinacionales que están destruyendo los pueblos y la naturaleza.
La Vía Campesina comprende en torno a 164 organizaciones locales y nacionales en 73 países de África, Asia, Europa y América. En total, representa a alrededor de 200 millones de campesinos y campesinas. Es un movimiento autónomo, pluralista y multicultural, sin ninguna afiliación política, económica o de cualquier otro tipo (2011).
En 1996, en la Cumbre mundial de la Alimentación, la organización Vía Campesina cambió la discusión de la Seguridad Alimentaria, incorporando el tema de la Soberanía. Hasta ese momento, los grandes intereses económicos y los gobiernos poderosos del hemisferio norte, en particular Estados Unidos, habían impuesto la visión de Seguridad Alimentaria como un tema de acceso, sin considerar el origen de los alimentos y el tema de la soberanía, para garantizar la conquista de mercados y sistemas agroalimentarios por parte de empresas transnacionales con sus enormes excedentes. Pero, a partir de esta cumbre, Vía Campesina logra posicionar un concepto más justo:
La soberanía alimentaria es el derecho de los pueblos a alimentos sanos y culturalmente adecuados, producidos mediante métodos sostenibles, así como su derecho a definir sus propios sistemas agrícolas y alimentarios. Desarrolla un modelo de producción campesina sostenible que favorece a las comunidades y su medio ambiente. Sitúa las aspiraciones, necesidades y formas de vida de aquellos que producen, distribuyen y consumen los alimentos en el centro de los sistemas alimentarios y de las políticas alimentarias, por delante de las demandas de mercados y empresas.
La soberanía alimentaria da prioridad a la producción y consumo local de alimentos. Proporciona a un país el derecho de proteger a sus productores locales de las importaciones baratas y controlar la producción. Garantiza que los derechos de uso y gestión de tierras, territorios, agua, semillas, ganado y biodiversidad estén en manos de quien produce alimentos y no del sector empresarial. Así, la implementación de una auténtica reforma agraria constituye una de las prioridades del movimiento campesino.
La soberanía alimentaria se presenta hoy en día como una de las repuestas más potentes a las actuales crisis alimentaria, de pobreza y climática (Ibídem).
Con Vía Campesina, se posiciona en el seno de las organizaciones internacionales, el impulso de modelos distintos de producción, enfrentan el modelo agroindustrial con el modelo de la cultura campesina; la dependencia de los agrotóxicos impuesto por el capitalismo mundial, con el desarrollo de modelos sustentables, respetuosos del ambiente y de la diversidad cultural, basados en insumos agroecológicos, la biodiversidad alimentaria y los modelos de gestión comunitaria.
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saludos y bendiciones primo , sigue siempre adelante con la gracias de Dios.
ResponderEliminarExcelente Artículo, el cual sistematiza cronológicamente la construcción del "hegemonismo capitalista alimentario"
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