El Mito de Amalivaca: Patrimonio Espiritual de los Tamanacos hoy representación de nuestro Patrimonio Natural. Diónys Cecilia Rivas Armas
Artículo publicado en el Boletín en Red N° 13
“Reflexiones en Tiempo de Pandemia”. Marzo – Abril 2020. RED patrimonio.VE.
Diónys Cecilia Rivas Armas
Docente – Investigadora
Fundación Escuela Venezolana de Planificación
Ideas
e imágenes iniciales: Los Mitos de Creación
Los mitos para los
pueblos indígenas, es la propia historia de su creación cultural y natural,
donde de manera simbólica se conectan con la naturaleza y los elementos que la
conforman, a través de rituales y ceremonias, para definir su propio universo
que transciende su cuerpo individual para establecer un sentimiento colectivo
que concreta su esencia como pueblo. Para Lévi-Strauss: “mito e historia conviven de diversas
formas en las conciencias de los indígenas amazónicos y en sus formas
narrativas”. Estas historias representan sus saberes y pensamientos,
que reflejan su espiritualidad y permanecen en el tiempo, con la fabulosa
fuerza de la palabra y la mágica tradición oral, para rememorar a los dioses y
la creación de lo que existe y darle fuerza al sentido del paso por la vida
terrenal, como nos dice el antropólogo e investigador hondureño-venezolano Ronny
Velásquez (2017): “El mito y la ritualización del mito se vive por la
fuerza que posee el poder de lo sagrado y ese poder es eterno e inmutable” (p.
13).
De igual manera, los mitos como
fuerza para explicar los actos de la naturaleza y sus creadores, representan el
idioma universal de los seres humanos con todos los seres vivos, donde la honra
a este universo mítico se transita a través de la ritualización y la práctica
de ceremonias para la procreación, para la cosecha, la pesca, la caza, narrar
un cuento, sentir una canción, viajar, explicar el significado de un objeto o
descifrar un misterio. Por tanto, el universo mítico permite explicar los
principios de la cultura, comprender el origen del universo y garantizar la
subsistencia de la vida de los pueblos en todos sus senderos, en la profundidad
de existir, ser, sentir y vivir; concepción
del yo y concepción del universo: “Los mitos hablan del
existir y de la creación del cosmos (…) de la existencia humana, todo lo creado
es un misterio, y solo las fuerzas superiores de los orígenes del mundo son las
que pueden dar muestra de su potencialidad creativa” (Velásquez,
2017, p. 15).
El mito como legado cultural de
nuestros pueblos originarios que “se transforma y se modula de forma permanente” (Lévi-Strauss),
para dar explicaciones cosmogónicas de la existencia y como
sentimiento de lo divino y lo sagrado, fueron engendrados hace muchos años,
pero hoy constituyen una fuente de reflexión de la condición de los seres
humanos en el mundo y una fuente de sentido más allá del análisis de la
explicación estructural. Por eso, los misterios inmutables de la naturaleza
están esperando nuestros tributos, ofrendas y ceremonias para alcanzar la
armonía con los dioses y los espíritus superiores, ya que nuestra presencia es transitoria
y efímera en el mundo y debemos retribuir la grandeza regalada por la
“Pachamama”. Las ceremonias y las manifestaciones rituales, es el sentimiento
que pone de manifiesto la intención de entrar en contacto con los dioses y
ordenar nuestro mundo social, material y espiritual, donde debemos entregar
nuestra condición humana y Velásquez (2017) agrega: “hay siempre aspectos
sacrificiales, porque el sacrificio es siempre necesario para la continuidad de
la vida” (p.19), establecer el orden natural y el dominio de lo divino.
Mundo
Espiritual y Patrimonio Natural
Esta relación
simbiótica y de reciprocidad entre el mundo material y el mundo espiritual, es
donde se hace infinita nuestra relación con la fertilidad de la tierra, la
inmensidad del universo, lo perpetuo del tiempo y lo venerable del lugar, para
amar a la madre naturaleza, que es la representación de lo femenino que procrea:
luz, agua, alimento y vida para proteger a sus hijas e hijos, que son todos los
seres vivos. Toda esta representación viva es el Patrimonio Natural, que está constituido por el conjunto de vestigios y riquezas naturales, o ambientales,
que hemos heredado de nuestros ancestros y ancestras, por tal tienen un
valor universal excepcional por su fragilidad, porque acuna todas las
creaciones de los seres humanos, sus culturas, sus tradiciones y constituye el
escenario donde se ha edificado todo el patrimonio desarrollado por la sociedad,
en convivencia con todos los seres vivos para garantizar la integración y permanencia
de la vida. “Entre los componentes del patrimonio natural se encuentran el
suelo, el agua, la geología, los paisajes, la diversidad biológica, los
procesos biológicos y los servicios ambientales que prestan los ecosistemas” (Hernández,
2011, p. 10). Los sitios naturales, su biodiversidad, sus ecosistemas, su
geología y excepcionalidad de los fenómenos naturales, nos da una concepción
sentimental y sublime del patrimonio, donde la naturaleza, el paisaje y los
procesos ecológicos tienen un valor especial para la humanidad y por lo tanto
se debe garantizar su protección, conservación y revalorización como herencia
recibida de nuestros antepasados.
De
acuerdo a la Convención sobre la Protección
del Patrimonio Mundial, Cultural y Natural (1972) se considera
"patrimonio natural":
- los monumentos naturales constituidos
por formaciones físicas y biológicas o por grupos de esas formaciones que
tengan un valor universal excepcional desde el punto de vista estético o
científico,
- las formaciones geológicas y
fisiográficas y las zonas estrictamente delimitadas que constituyan el hábitat
de especies, animal y vegetal, amenazadas, que tengan un valor universal
excepcional desde el punto de vista estético o científico,
-
los lugares naturales o las zonas naturales estrictamente delimitadas, que
tengan un valor universal excepcional desde el punto de vista de la ciencia, de
la conservación o de la belleza natural (p. 2).
Por eso, hoy deseo
compartir un mito de creación del universo y la vida, el Mito de Amalivaca, herencia de la cultura Tamanaco, como tributo y culto
a la madre naturaleza, que ha convertido al cielo en nuestro techo, la tierra en
nuestro lugar de reunión y el mar en nuestro alimento. Sin duda, es propicio
hoy comprender la esencia de los mitos de creación para explicar la naturaleza
en la que se desenvuelve cada cultura, todo
lo que es y existe, es decir entender nuestro origen. “El conocimiento
chamánico asegura que si se conoce el mito de los orígenes de los elementos y
de todas las acciones que el hombre realiza, se pueden dominar a voluntad todas
las fuerzas adversas de la naturaleza ante la acción de los hombres” (Velásquez,
2017, p. 12).
Evidentemente,
los mitos de creación han arrullado con extraordinaria solemnidad un legado de
conocimientos y caminos de orientación de especial significación para
relacionarnos de manera armónica con la naturaleza y sus procesos, lo cual
constituye hoy un valor inconmensurable frente a los procesos de destrucción
progresiva de nuestro entorno y las necesarias posibilidades de reacomodo y
reajuste, como en este momento, que nos estamos resguardando (cuarentena) para
protegernos de la pandemia mundial del COVID-19 y para la sanación espiritual
de quienes convivimos en la tierra. La naturaleza nos hace un llamado para
entender su sacralidad y divinidad, resguardar lo que hoy definimos como Patrimonio Natural. Y Ronny Velásquez
(2017) no los explica:
Se confirma así que es la propia
naturaleza la que delimita el campo de acción de los hombres y ellos responden
a tales mandatos y los obedecen porque temen lo compulsivo de la naturaleza. Lo
mismo ocurre con los rituales a los grandes ríos, al mar o a los volcanes: son
espíritus vivos que reclaman la acción humana en ciertos períodos y los hombres
tienen que cumplir sus exigencias (p.19).
Desde estas ideas,
es ineludible, vital e imperioso reflexionar sobre El Mito de Amalivaca, ya que significa retomar los lugares comunes
de los seres humanos, recordar las palabras forjadas, perpetuar lo maravilloso del
mundo espiritual, inmortalizar la imaginación de los pueblos originarios,
exaltar la fantasía mítica de lo humano, explicar nuestra propia creación y resaltar
la herencia de nuestros ancestros y ancestras, que hoy se convierte en nuestra
propia historia y bien patrimonial con responsabilidad cósmica, universal,
ceremonial y natural a preservar y proteger.
El Mito de Amalivaca,
pertenece a la cultura tamanaco de lengua Karibe de Venezuela y tiene su
génesis en el Amazonas.Una de las primeras versiones de este mito fue recogido
por el célebre misionero italiano, el padre Jesuita Filippo Salvatore Gilij(1721-1789),
quien vivió mucho tiempo a las orillas del río Orinoco, donde realizó estudios
lingüísticos y étnicos, logrando dominar las lenguas Tamanaco. El sabio alemán Alejandro
de Humboldt (1769-1859) también escribe sobre el mito de Amalivaca en su libro Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo
Mundo (1799), donde relata:
Los
pueblos de raza tamanaca (…) tienen una mitología local relacionada con unas
piedras pintadas donde Amalivaca, el padre de los tamanacos, es decir, el
creador del género humano (…) llegó en un barco al momento de la gran
inundación que llaman la edad del agua, cuando las oleadas del océano se
estrellaban, en el interior de las tierras, contra las montañas de La
Encaramada.Todos los hombres o por decir mejor, todos los Tamanacos se
ahogaron, con la excepción de un hombre y de una mujer quienes se salvaron
sobre las montañas cerca de las orillas de Asiveru… Amalivaca viajando en un
barco, grabó las figuras de la luna y del sol sobre la Roca Pintada
(Tepumereme) de La Encaramada (pp. 403-404).
El maestro, escritor e investigador venezolano Arístides
Rojas (1826-1894) en su libro Orígenes
Venezolanos: Historias, Tradiciones, Crónicas y Leyendas (2008), narra también
el mito y refiere: “No fue Amalivaca una creación mítica sino
un hombre histórico; el primer civilizador de Venezuela, cuyo nombre se ha conservado
en la memoria de millares de generaciones” (p. 69).
Enrique Bernardo
Nuñez (1895-1964), escritor y cronista, traslada este mito a Cubagua (1931), y Cesar Rengifo
(1915-1980), con su mural El mito de
Amalivaca (1955), lo convirtió en una obra artística en el Centro Simón
Bolívar (Caracas), que a través de un mosaico policromado narra la historia de
los hermanos Amalivaca y Vocchi, para hacer un homenaje a los pueblos
originarios y reivindicar la importancia histórica de la cultura Tamanaco.
Fragmento del mural “El Mito de Amalivaca” de César Rengifo (195-1956). Centro Simón Bolívar, Caracas. |
El
Mito de Amalivaca
Amalivaca es el
dios creador del mundo y los seres humanos. Era alto, fuerte y sus ojos
brillaban como el sol. Fue el creador del río Orinoco, sus caudales y del
viento. En principio hizo a los seres humanos inmortales, pero en castigo a sus
faltas, los volvió mortales. Se dice que hace muchos años atrás hubo una gran
inundación, donde se desbordaron las aguas, se destruyeron las chozas, todo se
había exterminado, no había alimentos, ni animales. “Una razón, la más generalizada, era porque ya no se realizaban los
rituales a la Madre Naturaleza”. Amalivaca salió entonces en una canoa a
recorrer el mundo, junto a su hermano Vocchi y dos de sus hijas, fueron
reparando los daños del diluvio. El relato nos cuenta que cuando llegaron a las
altas rocas, pintaron sobre las piedras las imágenes del Sol, la Luna y algunas
estrellas. Luego, desde una gran caverna de rocas empezaron a ordenar las aguas
confusas, creando el río Orinoco “padre de las aguas”, dividiendo sus aguas en
dos cauces, para que los nuevos seres humanos pudiesen dirigirse por ambos
lados del gran río sin mucho esfuerzo (hacia arriba y hacia abajo del mismo
río).
Después, Amalivaca
tocando su tambor de piedra, se encontró con una pareja de humanos vivos, indígenas
Tamanaco, que se habían salvado porque subieron a lo alto del cerro Tepú-Mereme
y les dijo: “Quiero que pueblen otra vez
la Tierra y para que sean bastantes como antes, tomen las semillas del moriche
y las arrojan para atrás por encima de sus cabezas. Esa palmera será el árbol
de la vida. Ahora deben sembrar en sus conucos yuca y maíz, y de la palma del
moriche deben hacer chinchorros y aprender a tejer cestos con fibra de
palmeras. También deben preparar totumas para conservar alimentos y hacer arcos
y flechas para cazar venados, lapas, acures, manatíes y peces, pero deben cazar
solamente lo que se van a comer. Así, deben respetar a la Madre Tierra y
corresponde también que cuando hagan celebraciones deben adornarse su cuerpo y
sus cabezas con embellecimientos de plumas de las aves y hacer flautas con los
huesos de los animales que cacen, y adornarse el cuerpo con vestimentas de
pieles para bailar y celebrar con los animales y con las plantas sus danzas
sagradas”.
De esta manera,
ellos se fueron a una gran montaña llevando las semillas de palma de moriche y
desde allí las dispersaron, lanzándolas hacia el mundo. De estas semillas
nacieron los hombres y las mujeres que pueblan el planeta. Y repasaban las
enseñanzas escritas por su padre Amalivaca en las rocas: “Amalivaca tiene la edad de la Tierra, y la edad de las agua”.
Amalivaca
y Vocchi en “Cubagua”
Para
Enrique Bernardo Nuñez (1931) Amalivaca y su hermano sufren un desplazamiento
desde el Orinoco hasta la Isla de Cubagua. Vocchi y Amalivaca personajes de la
mitología Tamanaco y Caribe representados como gemelos, se complementan en el
tiempo ceremonial del diluvio universal y representan las partes no
comprendidas y divididas que los seres humanos desean recuperar: “partes
ideales y sistema de perfectibilidad”. Nuñez nos relata: Vocchi, “ama las
islas, porque las islas son predestinadas” (p. 83). Deseoso de conocer el mundo
se escapó una noche. “¡Ah, la esclavitud de los dioses condenados a seguir
siempre a los hombres!” (p. 84). Una tormenta desbarató la armada y el navío de
Vocchi se vio arrastrado por la corriente, llegaron a un país desconocido con
ciudades opulentas.
Vestigios
de esos relatos se convirtieron después en fábulas, pues el mundo se hace y se
deshace de nuevo. Las ciudades se levantan sobre las selvas y éstas cubren después
las ciudades, se elevan unas sobre otras constantemente o el mar forma costas
nuevas (…) Son historias, historias (p. 84).
Un día el mar
cubrió las ciudades florecientes. Vocchi estaba en una isla. El mar estaba
sembrado de islas y escollos. Luego Vocchi, vio una barca con muchas velas
desplegadas y vio a su hermano Amalivaca. Juntos consiguieron un gran río de
muchas bocas e islas cubiertas de palmas. Las palmeras recordaban a Vocchi su
país natal. Las palmeras eran símbolos de sus vidas, para librarse del pasado. “Los tiempos comenzaron de nuevo”.
Grabaron en unas rocas en medio de las aguas las figuras del sol y de la luna.
Amalivaca les enseñó a cultivar la tierra, a fabricar armas y a utilizar las
hierbas para defenderse en la guerra y enfrentar las enfermedades.“(…) escogían
dioses: la sombra, el río, el silencio. Amalivaca y Vocchi engendrado hijos en
las hijas de los hombres” (p. 86). Cumplida la misión, Amalivaca se ausentó y
dejó a Vocchi encargado. Sin embargo, se desataron guerras implacables, los
piaches anunciaron que vendrían barcos enormes y hombres desconocidos. Vocchi quisó
visitar su país natal, pero se encontró que las viejas ciudades no existían o
tenían otros nombres. Se decía que ciertos navíos fueron a buscar una nueva
ruta para ir a las Indias. Cuando Vocchi regresó, ya era tarde. Los vio por
primera vez a través de un bosque. Vestían horribles armaduras, eran sucios,
groseros y malvados. Vocchi tuvo que ocultarse, lo perseguían, fue de asilo en
asilo, entre cavernas y montes, fueron derribados sus altares y “los altares de
Vocchi eran esas palmeras y samanes en medio de bosques milenarios” (p. 88).
Ideas Finales
El Mito
de Amalivaca es la representación de la memoria transmitida oralmente por
nuestros pueblos y es un relato simbólico para el sostenimiento de las culturas
originarias y nuestro pasado ancestral. Amalivaca, es el creador del mundo, que
conecta el mundo espiritual con el mundo terrenal, es el equilibrio mítico y
supremo para perpetuar la vida en la tierra. Amalivaca, es el diálogo
equilibrado y armónico de los seres vivos en la naturaleza, que nos regaló la
semilla y los frutos mágicos de la palma de moriche para reverenciar y respetar
la tierra que nos proveerá de alimentos. Venerar este mito es una ceremonia
para adorar a la naturaleza, como no los recuerda Ronny Velásquez significa: “ritualizar
la tierra, las aguas, las plantas y los animales porque todos somos parte de un
gran equilibrio en este universo complejo, y si este equilibrio se rompe, se
produce la incertidumbre” (p. 86). Amalivaca, no es solo el padre mítico de los
Tamanacos; como nos dice Arístides Rojas, es el hombre que nos dotó de
sabiduría y de imaginación para entender “lo que somos” y demostrar lo
maravilloso de nuestro patrimonio natural, especialmente lo excepcional de la
fuerza de la aguas del río Orinoco,y la potencia de su gran caudal que hace su
recorrido en dos direcciones. Amalivaca, es hoy el espíritu que sopla los
senderos de sanación y sabiduría para abonar al resguardo y protección de
nuestro Patrimonio Natural…
“Todos somos hijos de uno y aunque
tenemos colores diversos, descendemos de un solo hombre -y una sola mujer-. El
sol abrasador, las fatigas y la penosa vida nos han disminuido. Somos ya humo
blanco, blanco, como el vestido de Amalivaca”.
Bibliografía
Consultada:
Nuñez, E. (2016). Cubagua. Caracas: Monte Ávila Editores
Latinoamerica.
Convención sobre la Protección del Patrimonio Mundial,
Cultural y Natural
(1972). París: Conferencia General de la Organización de las Naciones Unidas
para la Educación, la Ciencia y la Cultura.
Hernández, E.
(2011). Programa de Desarrollo de
Capacidades para el Caribe para el patrimonio mundial. La Habana: UNESCO.
Humboldt, A. (1985). Viaje a las
regiones equinocciales del Nuevo Mundo. Caracas: Monte Ávila Editores.
Jiménez, L. (Director). (2007). Patrimonio natural, cultural y paisajístico:
Claves para la sostenibilidad territorial. España: Observatorio de la
Sostenibilidad en España.
Pineda, R. (2010).
Lévi-Strauss y la historicidad del mito.
Maguare. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia. pp. 89-111.
Rojas, A. (2008). Orígenes Venezolanos:
Historias, Tradiciones, Crónicas y Leyendas. Venezuela: Fundación Biblioteca Ayacucho.
Velásquez,
R. (2017). Mitos de creación de la cuenca
del Orinoco. Caracas: Fundación Editorial el perro y la rana.
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