Sería imposible comprender la realidad compleja de los países de América Latina, así como su historia, sin atender a la constante y antidemocrática presencia de sus oligarquías en la política. Y cuando hablo de oligarquías me refiero a las humanas estructuras de poder real conformadas por élites que llevan siglos ejerciendo su dominio.
Así es el caso de la oligarquía chilena, que todos conocemos por la absoluta ferocidad con que utiliza sus instrumentos represivos, entre ellos el ejército completamente controlado y a su servicio. Así es el caso de la oligarquía del Perú, de la que algún historiador ha dicho que es la más rancia y terrible de todas ellas. Así es la oligarquía colombiana, tan altanera y cruel como taimada, con sus doscientos años de traición a la causa de su independencia. Y así es, por supuesto, la venezolana, la más apátrida de todas, que, entre otros defectos destaca por su improductividad y su capitalismo parasitario de los recursos del Estado. Todas ellas con la común característica de manejar amoralmente las herramientas de la canalla mediática.
Oligarquías siempre dispuestas a lo peor, y a las más imperdonables alianzas internacionales, para cercenar cualquier intento de emancipación de los pueblos, para cortar de raíz cualquier ejercicio social de verdadera democracia, y para apagar cualquier pequeña luz de esperanza que pueda germinar en el corazón de las grandes mayorías negadas y excluidas.
Vistas entonces desde una perspectiva más amplia en el espacio geopolítico, es fácil constatar que los intereses económicos y políticos de las oligarquías latinoamericanas, están estrechamente ligados a los intereses del imperio norteamericano y a los de las potencias occidentales, cada una con sus propios círculos elitescos de poder. Pues solo esos intrincados lazos de conveniencia mutua a cualquier costo, explicarían las relaciones de complicidad que cada día se evidencian entre ellas y que se muestran descaradamente, y de forma muy particular en escenarios multilaterales, con actuaciones desgraciadas que violentan la legalidad internacional y la justicia.
Aquí abro un paréntesis para poner un ejemplo, pequeño y puntual, y ciertamente casi doméstico, pero con la capacidad de ilustrar “para el lector más inteligente” esas relaciones de complicidad en los ámbitos que nos atañen. Me refiero al caso de Leopoldo López, padre de su homónimo, el ultraderechista y violento prófugo de la justicia en Venezuela, que habiendo llegado a España en 2014, fue nacionalizado en muy pocos meses, para ser proyectado en 2019 como diputado español al Parlamento Europeo por el Partido Popular. Cierro el paréntesis.
De manera que estamos hablando verdaderamente de una estrecha relación de socios. Unos más importantes que los otros. Estos más subordinados a aquellos, según su grado de poder real en el escenario geopolítico. Pero todos ellos con acumulada experiencia histórica del control de ese poder en función de sus intereses económicos. Sin nada de principios, amoralmente, sin ningún tipo de respeto por la verdad, por la democracia tan nombrada, o por el destino de la sociedad misma, más allá de su hipócrita discurso sobre “las libertades”.
Hay que reconocer, por otra parte, que es bien cierto que los EEUU de Norteamérica no tienen ningún empacho en admitir abiertamente esa relación de complicidades para la dominación. Son absolutamente desvergonzados en ello. Basta con escuchar por unos instantes al señor Pompeo o a cualquier otro vocero de esa banda de delincuentes imperiales. Pero también es cierto que a nuestra vieja Europa le cuesta un poco más reconocer sus vicios, tal vez por una cuestión de elegancia y de coherencia formal, nunca esencial, con el civilizado ropaje con que se viste cada día. Aunque los hechos sea imposible ocultarlos. Y sobre todo el impacto de los hechos, que revela el doble rasero y el doble discurso de sus actuaciones en los escenarios internacionales.
Todo esto me viene a la mente en estos días, a partir del mentiroso informe sobre Venezuela, elaborado a distancia por un “equipo independiente”, de mercenarios jurídicos, muy bien pagados por cierto, concebido y elaborado al servicio de las estrategias imperiales desplegadas contra mi querida patria bolivariana.
Y anoto lo siguiente, para rematar esta nota sobre el descarado rostro de la complicidad: hagan lo que hagan, no conseguirán doblegarnos. Nosotros venceremos.
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